jueves, 6 de diciembre de 2018

San Petersburgo, pasando por Moscú

Tiene San Petersburgo algo de Venecia, como también lo tienen Amsterdam, Brujas o Delft, como dicen que lo tiene también Birmingham, una ciudad que no conozco situada en pleno centro de Inglaterra, y como ocurre según creo con multitud de pequeñas poblaciones francesas, belgas y holandesas. Y es absoluta y escandalosamente monumental, emulando y quizá superando en palacios y edificios ostentosos a Viena e incluso al mismísimo París. Pero también hay algo de pueblerino, algo que la hace muy cercana, mucho más de lo que cabría esperar de una megalópolis de más de cinco millones de habitantes, que fue en tiempos capital del imperio zarista y que tras quedarse sin santo –pasó a llamarse Petrogrado– y dejar de homenajear a Lenin –como Leningrado– ha vuelto a su nombre de bautismo y quedado finalmente para el mundo como la ciudad-joya de la Rusia moderna.

                                   Plaza Roja, Moscú                                                        Avenida Nevski, San Petersburgo
    San Petersburgo es cosmopolita y eso se nota especialmente cuando se llega a ella tras visitar Moscú, la capital rusa, tan roja en su interior –Plaza Roja y Kremlin– pero tan gris y apabullantemente oscura en sus calles y avenidas, en sus barrios y edificios. Y se nota aún más si se recorre la gran avenida Nevsky, plagada de comercios, llena de bullicio, de gentes que van y vienen, de músicos que se instalan en sus aceras para sacar a la calle su arte y sus composiciones, de bocas de metro atragantadas de viajeros; plagada también, como parece que toda Rusia, de policías y soldados, de algún que otro sin techo, de más de un mendigo. 
Puente levadizo sobre el Neva
    Impresiona pensar en el momento, allá por los inicios del siglo XVIII, en que a un zar visionario –y casi seguramente medio loco– se le ocurrió la idea de construir desde la nada esta gran ciudad en la desembocadura de un río tan caudaloso como el Neva, con un delta plagado de islas y canales y con un lecho formado por marismas bajo las que no quiero ni pensar en las decenas de miles de siervos que perderían la vida durante los años de diseño y construcción de algo tan abrumadoramente complejo. Ese zar, Pedro el Grande, aparece por doquier, en estatuas y en referencias en sus muchos monumentos, no sé si para recordarle con orgullo o para afearle la brutal idea de construir esta urbe a base de sudor, sangre y sufrimiento.
                                Peterhof                                                                                Palacio Catalina, Pushkin
    Hay monumentos de un tamaño indescriptible, de una belleza incomparable. El principal el gran museo del Ermitage, el que antes fue Palacio de Invierno de los zares, que alberga un conglomerado inabarcable de obras de arte, de salas decoradas con oro y cristal hasta el exceso, con piezas artísticas que recuerdan a todas y cada una de las culturas que en el mundo han sido. Un palacio de mil cien habitaciones que ahora, al verlo en plena temporada turística, resulta medio imposible de apreciar en toda su grandeza, dada la avalancha y las riadas continuadas de turistas. Y como él, otros edificios y construcciones tan monumentales como la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada –toda ella decorada con pinturas e iconos–, la Iglesia de San Isaac –con su inmensa cúpula revestida de 100 kilos de oro–, la isla Zayachy, con la Fortaleza de Pedro y Pablo y la imponente aguja de su catedral, los puentes levadizos sobre el Neva, la catedral de Nuestra Señora de Kazán, el Astillero, la Flecha de la Isla Vasilievsky con sus dos Columnas Rostrales y su espectacular vista del malecón del Neva... 
Palacio Catalina: Salón de Baile y Salón de Ámbar
       También los hay en las afueras de San Petersburgo, como el esplendoroso palacio de verano de la ciudad de Pushkin, 24 kilómetros al sur, un regalo que le hizo Pedro el Grande a Catalina I, su segunda esposa, y que supone un despliegue descomunal de riqueza y decorados, con una sala de baile de cerca de mil metros cuadrados atiborrada de espejos, lámparas y molduras recubiertas de oro puro; con otra sala cuyas paredes están totalmente decoradas con ámbar; y con unos jardines y construcciones anexas que resultan de inigualable belleza. O como el Palacio y los versallescos jardines Peterhof, a orillas del golfo de Finlandia, que es como el anterior, Patrimonio de la Humanidad, y que junto a él ha tenido que ser restaurado en su totalidad tras la devastación sufrida a manos de los nazis tras el cerco y posterior retirada de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. 
Metro de San Petersburgo
                 El río Neva y la catedral de San Isaac                     Iglesia de San Salvador de la Sangre Derramada   
      No tiene la ciudad un metro tan abrumadoramente palaciego como el de Moscú, hecho a mayor gloria de Stalin durante los años 30 del siglo XX, pero sus estaciones, más modernas, tienen una estructura similar, algunas también profusamente decoradas, y líneas a profundidades que te dejan helado, pues alguna alcanza los 110 metros, dada la necesidad de cruzar por debajo de los canales y del caudaloso Neva.  Pero tiene sin duda lo que su creador  Pedro el Grande debió de pretender;  que San Petersburgo fuera la ciudad más europea de Rusia, que fuese espejo  de  su  poderío y grandeza y motivo principal por el que hacer un viaje a estas lejanas tierras.  
Palacio de Invierno (Ermitage)

    

martes, 4 de diciembre de 2018

Cantabria, de vuelta

Hay lugares a los que uno vuelve una y mil veces porque siempre descubre en ellos un rincón desconocido, un paraje singular, un pueblo cargado de pasado, de especial belleza. Y otros a los que vuelves sabiendo que vas a recorrer los mismos espacios que has visitado en otras ocasiones, en los que no esperas ni necesitas encontrar nada nuevo, nada sorprendente, porque estar allí, sin más, es tan milagroso, tan deslumbrante, que vas como iría un niño, porque sí, sin que nada justifique especialmente el viaje; como si los pies, como autómatas, te llevaran solos. Cantabria te atrae de esa manera y según te vas acercando a ella sabes, aún antes de llegar, que con seguridad volverás de nuevo.


                                                                    Eremitorio Santos Justo y Pastor   
          Julio ha sido este año un buen mes para hacer un breve recorrido norteño; partiendo de Madrid tuvimos la primera parada en Santa Mª de Mave y en Olleros de Pisuerga, aún en Castilla, provincia de Palencia, para recorrer dos joyas de tiempos ya remotos: la iglesia de Santa María la Real de Mave, ejemplo ideal de románico palentino del siglo XIII, y el eremitorio de los Santos Justo y Pastor, con un pequeño templo del  siglo VII excavado en la roca, de doble nave, columnata y coro, magníficamente conservado. En ambos casos nos atendió un propio del lugar; seco, con prisa, sin dar pie a comentario alguno sobre la belleza del templo y del entorno el del primero; también con prisa, pero abierto, parlanchín, relajado y muy agradable, el del segundo.
                                  San Salvador de Cantamuda                                                                Puentenansa
     Tras comer en Aguilar de Campoo, la ruta dejó atrás Palencia por tierras de Cervera del Pisuerga y de San Salvador de Cantamuda –excepcional su hermosa colegiata, de finales del siglo XII–, para adentrarnos en Cantabria entre vacas tudancas, verdor salvaje, lluvia y –al menos hoy– una niebla impenetrable. 
     Primer destino, primera noche, Puentenansa, un pueblito cántabro junto al río Nansa de bellas casonas y excepcional paisaje. Desde allí, al día siguiente y con sol espléndido, un paseo hasta Carmona y su mirador, a no más de cinco kilómetros, para admirar de nuevo la Cantabria profunda, la arquitectura rural más pura, los horizontes de una magnífica grandeza. 


                                      Carmona                                                                               Cueva El Soplao
    Tras un buen ascenso otro punto de un paisaje indescriptible: el que se divisa desde el acceso a la cueva de El Soplao, única por el tipo de formaciones geológicas que allí se encuentran. Con más de 20 km. de galerías, contiene, aparte de las clásicas estalactitas y estalagmitas, dos tipos de formaciones cálcicas que son difíciles de encontrar: por un lado, excéntricas que crecen en todas direcciones; por otro, hermosas bandas traslúcidas que cuelgan a modo de bandera. La cueva fue descubierta a principios del siglo XX por mineros durante las perforaciones de la mina de blenda y de galena (menas del zinc y el plomo respectivamente) allí ubicada y su nombre proviene de las fuertes corrientes de aire que se generaban en las cavidades que iban encontrando al avanzar en su trabajo. 

     De nuevo al aire libre y tras pocos kilómetros más, el mar y San Vicente de la Barquera, con sus aguas enredadas entre islotes y marismas, con sus vistas sorprendentes, sus pendientes imposibles, su olor a océano, a rabas y sardinas. 
                                              San Vicente de la Barquera                                                                    Atardecer
     Hay que visitar la playa de Prellezo, muy cercana a San Vicente, recóndita y protegida de los vientos; un lugar paradisíaco, de esos que nos empeñamos tantas veces en buscar en el Caribe y que sin embargo tenemos aquí, a un paso, en casa propia. Y hay que pasear, como así hicimos, por Comillas, su parque y su Capricho, y por Santillana, para degustar, ya tarde y a pesar de los turistas, su típica merienda pasiega de leche con sobao o bizcocho. 
                                         Prellezo                                                                              Santillana del Mar
    Desde San Vicente, tras tres noches de atardeceres mágicos, camino a Langre, en busca de playa y más atardeceres. Langre, a pocos kilómetros de Santander siempre que se haga de puerto a puerto en pedreñera –o en las Reginas, como también las llaman–, es una breve aldea, llena de maizales, casonas aisladas, de alguna que otra casa rural y pocos establecimientos hoteleros. Un paraíso. Y con una playa impresionante, un acantilado espléndido, un ambiente semisalvaje, único. Y unas puestas de sol de absoluto infarto.
                         Acantilados y Playa de Langre                                                     Puesta de sol en Langre
     Santander tampoco desmerece, claro está; aunque le haya crecido un ultramoderno centro cultural en pleno puerto, quizá algo más propio de otro entorno menos clásico. Esperemos que la cultura que destile balancee el destrozo de la antes tan tradicional y relajante vista urbana.
                   Pedreñeras frente a Santander                                                 Muelle y Centro Botín - Santander
     De la mesa, innecesario hablar gran cosa; todo a punto y exquisito, desde los caricos estofados y el cocido montañés de primer plato, a los apetitosos segundos de pescado, con el sorropotún de bonito o las sencillas y delicadas rabas como estrellas; y de postre, cualquier queso de la tierra, un pastel, cuajada verdadera o bien, quesada, todo artesanal y con leche de la zona. Una delicia para disfrutar de un caluroso verano, que allí, para colmo, es tan suave como el terciopelo.
     La vuelta a Madrid por montes y verdes valles pasiegos, aprovechando para visitar por el camino la espectacular cueva de Ojoguareña, la comarca de Valderredible, con la graciosa Orbaneja del Castillo –parada y fonda– y la extraordinaria colegiata de San Martín de Elines –con un excepcional guía– como puntos inevitables de la ruta. Para postre y fin del viaje, Burgos y su hermosa catedral; y Aranda de Duero, donde además hicimos acopio de morcilla burgalesa y buenos embutidos. Un lujo. 
                                        San Martín de Elines                                                                   Catedral de Burgos

lunes, 18 de diciembre de 2017

Más sobre el ojo


Creí que no volvería a tocar más este tema, pero he aquí que a los cinco meses de la operación de catarata en el ojo izquierdo empecé a ver mal con derecho y ni corta ni perezosa la oftalmóloga me mandó de nuevo al quirófano. La intervención fue bien, como la anterior, pero para mi sorpresa el resultado no se pareció en nada, sino que la visión siguió igual o peor de lo que estaba anteriormente: tonos amarillentos, turbidez, líneas rectas deformadas, manchas aquí y allá... El diagnóstico tras un nuevo estudio fue definitivo: había desarrollado una membrana epirretiniana cerca de la mácula y se imponía operar de nuevo; esta vez la cosa era más delicada, pues requería acceder al interior del ojo y hacer una vitrectomía. Además, en el transcurso de la intervención se descubrió un desgarro en la zona superior de la retina que hubo que suturar. Así que al hilo de esta nueva operación me he ido informando sobre un tema que era para mí desconocido y he aquí el resultado.

Desprendimiento de retina
La retina presenta hasta diez capas diferentes, de las que en el esquema simplificado de más abajo podemos observar, en la parte superior y en azul claro, la compuesta por  una especie de tubos que son las fibras nerviosas que surgen de las neuronas que aparecen algo más abajo y por las que fluye la información hacia el cerebro. Conforme bajamos por la figura vemos distintos tipos de células nerviosas conectadas entre sí, hasta llegar a la capa de receptores (los denominados conos y bastones, de un color anaranjado), que son los elementos que se estimulan por la luz. La parte superior de la figura es la que está en la zona más interna del ojo, adonde llega la luz exterior a través de la córnea, el iris y el cristalino. La luz atraviesa las capas de la retina más internas hasta llegar a los receptores –conos y bastones– situados como de espaldas al estímulo luminoso y que aparecen incrustados en la siguiente capa, el epitelio pigmentario



     La segunda figura muestra en su parte inferior ese epitelio, una capa de células de color rosado de las que salen como unas digitaciones que se entremezclan con conos y bastones. Se denomina pigmentario porque en el interior de sus células hay un pigmento, la melanina, que absorbe la luz y hace que el epitelio no sea transparente: mientras que el resto de la retina que queda más en el interior es casi transparente, el epitelio pigmentario es opaco y del color anaranjado que se observa en el fondo del ojo cuando lo observamos. Por su parte, el epitelio pigmentario está sujeto en su base a una densa red de proteínas llamada membrana basal. 
     En la tercera figura vemos los fotorreceptores (conos y bastones, aquí como cilindros grisáceos y alargados), el epitelio pigmentario (como un conjunto de células cúbicas de color malva) y la membrana basal. Y en la última se ve cómo la luz atraviesa las capas de la retina hasta el epitelio pigmentario (en color malva), estimula a los receptores (conos y bastones) y transmite la información por las diferentes neuronas de la retina hasta dirigir el estímulo visual al cerebro.
    Los componentes retinianos más internos están unidos entre sí, siendo extremadamente difícil separarlos; el punto débil está justo a continuación, entre los receptores y el epitelio pigmentario. Esos receptores están imbricados pero sin una unión real efectiva y por ello es relativamente fácil separar la capa interna de la retina del epitelio pigmentario y la membrana basal. En el desprendimiento no se separa toda la retina, pues el epitelio pigmentario queda en su sitio; lo correcto sería hablar de desprendimiento de retina neurosensorial, ya que es la parte que contiene neuronas y sensores de luz la que se separa.

Causas del desprendimiento de retina
¿Qué puede provocar la separación de la zona de receptores y el epitelio pigmentario? Hay tres posibilidades:
1.    Mediante un mecanismo de tracción: se produce cuando la retina se ve sujeta a una tracción crónica que tire de ella hacia el interior del ojo, haciendo que el líquido que hay tras el epitelio pigmentario sea succionado y cree una cavidad entre el epitelio y la retina neurosensorial: en la cavidad se irá acumulando el líquido y se acabará por producir el desprendimiento. Es una situación poco habitual.
2.    Cuando se produce un agujero en la retina que permita que por él se introduzca el líquido ocular. Esta causa de desprendimiento se llama mecanismo regmatógeno y es el más frecuente en los desprendimientos de retina.
3.    El epitelio pigmentario es impermeable pero si hay algún problema que altere su impermeabilidad puede escapar líquido desde detrás del epitelio pigmentario hacia la retina (mecanismo de exudación), acumulándose entre el epitelio y los receptores y provocando  el desprendimiento. No hay tracción alguna y la retina se desprende de forma pasiva, empujada por el líquido. Como la retina está íntegra, no ha habido rotura y no se ha perdido su estructura, si desaparece la causa del escape –inflamaciones normalmente– el epitelio desaloja la bolsa de agua, la retina se readapta sola y la situación puede revertirse.
     El mecanismo regmatógeno es el más frecuente. Normalmente se produce cuando el humor vítreo se degenera con el paso del tiempo perdiendo volumen y  creando zonas de tracción en las zonas donde se halle adherido a la cavidad ocular. Si la tracción en vez de romper la adherencia vítrea provoca una rotura, aparece un agujero en la retina por el que entra el líquido que hay en la cavidad vítrea, lo que acaba por desprender la retina. En la secuencia de imágenes  adjunta, vemos que el vítreo (de color gris) ocupa inicialmente todo el espacio interior del ojo y está acoplado a la retina (en rojo); cuando el vítreo se deshidrata y pierde volumen, deja de ocupar todo el espacio ocular. 
   La pérdida de volumen del vítreo produce condensaciones en su interior, lo que el paciente puede notar como “moscas volantes” o hilitos (miodesopsia); y la tracción debida a las adherencias, que casi siempre se da en la zona periférica, constituye una posibilidad de ruptura de la retina. Cuando la tracción del vítreo sobre la retina es patente, pueden verse destellos y si la tracción continúa se producirá finalmente la rotura; es el momento en que el líquido libre dentro de la cavidad vítrea puede colarse por el agujero, separando la retina neurosensorial del epitelio pigmentario.
    A pesar de todo, la gran mayoría de los desprendimientos de vítreo no producen agujeros en la retina. El desprendimiento de vítreo es un proceso natural, que ocurrirá potencialmente en todos los ojos, mientras que el desprendimiento de retina es un acontecimiento raro. Así que la visión de puntos negros, sombras o hilitos no implica desprendimiento y menos aún si el síntoma apareció hace tiempo y si esos puntos son móviles y no se mantienen en posición fija.

Síntomas
Un desprendimiento de retina no duele, porque en la retina no hay terminaciones nerviosas para el dolor. Por otra parte puede ser totalmente asintomático y el paciente no saberlo. Si el desprendimiento no avanza mucho y no es en el fondo del ojo, no hay pérdida de visión, porque la parte periférica de la retina apenas recibe información visual; pero cuando el desprendimiento avanza hacia la parte posterior del ojo (el centro de la retina) entonces sí que se perciben síntomas: puede observarse una nube que tapa parte de la imagen o bien tener una pérdida de visión severa. Previamente al desprendimiento se pueden producir miodesopsias, síntoma que como se ha dicho no es del desprendimiento de retina, sino del vítreo. Más significativa puede ser la aparición de destellos a los lados de la imagen, que pueden indicar que la retina está sufriendo tracciones (fotopsia).

Tratamiento y prevención
El tratamiento de los problemas de retina es complejo y casi siempre requiere de cirugía; el periodo de recuperación es en general largo e incluso la recuperación visual muchas veces no es completa. Por tanto, en esta enfermedad más que en otras, es fundamental dirigir los esfuerzos a la prevención. En el apartado anterior dividíamos los desprendimientos en regmatógenos, exudativos y por tracción. Los exudativos y por tracción se deben a enfermedades concretas y relativamente raras del ojo; por tanto, la prevención pasa por tratar esas causas. Nos concentraremos en lo más frecuente, el desprendimiento regmatógeno, que como decíamos es consecuencia de una rotura de la retina.
    Las roturas pueden ser de dos tipos: agujeros retinianos y desgarros. Los agujeros son zonas redondeadas donde ha desaparecido la retina, supuestamente porque el vítreo ha arrancado una zona completa de ella (aunque no todos los agujeros los causa el vítreo: en pacientes miopes pueden existir lesiones de retina que se deben a la existencia de zonas débiles y adelgazadas que con el tiempo producen un agujero). Los desgarros suelen tener forma de “U” y dejan flotando hacia el interior del ojo una lengüeta, que es la zona que ha sufrido la tracción del vítreo y se ha desgarrado.
    La peligrosidad de las lesiones depende de su número, tamaño y posición. Es difícil evitar que se produzcan los desgarros de retina ya que contra la degeneración vítrea y la miopía poco o nada podemos hacer; y aunque un ojo miope se opere, su retina sigue siendo igualmente frágil y no se previenen las posibles roturas que aparezcan en un futuro. Si las roturas no podemos prevenirlas lo que sí podemos es evitar el desprendimiento antes de que se produzca, soldando los agujeros que detectemos en revisiones periódicas. No conseguiremos que la rotura desaparezca (la retina no se regenera, no se puede reparar el tejido dañado), pero sí se puede pegar la retina alrededor de la rotura y evitar que se filtre el líquido que provoca el desprendimiento. La rotura seguirá allí pero la retina no se desprenderá, pues al haber pegado al epitelio y cerrado el paso, no se puede introducir líquido a través del agujero. Hay dos métodos para realizar la fijación:
1)  Fotocoagulación con láser
Es la técnica más utilizada y consiste en realizar pequeñas quemaduras con un láser alrededor del desgarro o del agujero. El láser contiene mucha energía y permite realizar quemaduras muy controladas; son quemaduras muy pequeñas, de unas 50 a 100 micras, que producen una reacción de cicatrización leve que une el epitelio pigmentario y la retina. Se realizan una serie de impactos uno al lado del otro, formando una o varias líneas que rodean la rotura de la retina, que queda rodeada de impactos de láser. Cuando se ha producido la cicatrización completa es enormemente difícil que la retina se desprenda en esa localización. En las imágenes vemos un agujero retiniano que ha sido rodeado de impactos láser; al lado del agujero los impactos aparecen como pequeños puntos blanquecinos formando alrededor varias hileras.
    El tratamiento con láser se realiza con anestesia local y dura pocos minutos. No se realizan cortes en los tejidos y lo único que entra en el ojo, a través de la córnea, el cristalino y el vítreo, es la luz del láser. Solo se nota una luz muy intensa y en algún caso una sensación de pinchazo. Las quemaduras pueden quitar visión en torno al agujero, pero en la práctica, al ser quemaduras tan pequeñas, la zona tratada sigue funcionando. Dado que la localización más frecuente de las roturas es la lateral, la función visual np suele verse afectada, ya que esa zona de la retina no recibe casi luz: la que percibe el campo visual es sobre todo la de la parte posterior.
2) Criopexia
Este método se suele realizar cuando hay en paralelo una vitrectomía. Se utiliza un frío intenso que produce una cicatrización similar a la del láser y se hace normalmente con anestesia. La sonda se aplica por fuera del ojo, en la zona correspondiente al desgarro, y a entre 40 y 80 grados bajo cero; se congela tanto la parte externa del ojo (esclera y coroides)  como la interna (retina), formando una cicatriz que aunque más grande que la del láser, envuelve también la rotura y la retina que le rodea.

     La cirugía de retina es diferente a las más habituales en oftalmología, las de cataratas y la de eliminación de graduación, en las que los resultados suelen ser siempre satisfactorios y con pocas molestias tras la cirugía. La operación de retina es de mayor envergadura, supone un postoperatorio bastante molesto, la tasa de complicaciones es más alta y el resultado visual final suele ser más discreto.
    Una de las intervenciones más habituales es la denominada retinopexia neumática ("Pexia" significa colocar en su lugar, así que retinopexia es reponer la retina en su sitio). La reposición se lleva a cabo con el concurso de un gas y de ahí el apelativo de “neumática”. ¿Qué función tiene ese gas? Al tener desprendida la retina, para volver a ponerla en su sitio necesitamos algo que la presione y la recoloque. Un gas ocupa todo el volumen donde se aloja y al ser más ligero, tiende a flotar sobre un líquido. Si introducimos una burbuja de gas dentro del ojo, flotará sobre el líquido ocular que éste contenga y presionará tanto el líquido como las paredes del globo ocular. Por tanto, el gas ayudará a que la retina desprendida se vuelva a colocar sobre el epitelio. Para ello se han de dar ciertas condiciones: 
  •   El desprendimiento tiene que estar en la parte de arriba: el gas sube, así que no hará efecto si la retina desprendida está en otra posición (aunque veremos luego que no es un prerrequisito en casos de vitrectomía).
  • La rotura ha de ser pequeña, ya que la burbuja a inyectar en el ojo es de un tamaño limitado, pues no se puede subir la presión interior hasta niveles peligrosos. Además, en caso de ser grande, se podría introducir algo de gas a través suyo y alojarse en el espacio subrretiniano, con lo que se empeoraría la situación.
    El gas se introduce con una aguja, pinchando el ojo y comprobando que la burbuja se sitúa en el sitio correcto y que aplasta la retina contra el epitelio. Durante unos días el paciente debe estar con la cabeza vertical para que la burbuja esté siempre en la parte superior; incluso para dormir hay que tener la cabeza lo más incorporada posible para que la burbuja siga haciendo su efecto y el gas no entre en contacto con el cristalino, ya que podría inducir la formación de catarata. Mientras dure el gas y la postura sea la correcta, la retina estará en su lugar; cuando el gas desaparezca y si no se hace nada más, la retina se  volvería a desprender por lo que antes se sella antes con láser mediante el procedimiento ya explicado. 
     Los gases se disuelven en los líquidos (por ejemplo, en la sangre hay oxígeno y dióxido de carbono disueltos y en el mar el oxígeno disuelto en el agua es el que permite respirar a los peces) por lo que cuando introducimos gas dentro del ojo se irá disolviendo en los humores acuoso y vítreo, difundiéndose en el torrente sanguíneo. Sin embargo, algunos gases tienen la propiedad de expandirse paulatinamente, por lo que a pesar de que se difundan en el líquido y sean reabsorbidos, lo que queda de gas se expande, compensando en parte lo que se va perdiendo; gracias a ello la burbuja se mantiene con un volumen más estable y aunque al final termine desapareciendo, da tiempo a sellar la rotura con láser. Los gases utilizados son el hexafluoruro de azufre (SF6) y el perfluoropropano (C3F8); la decisión de cuál de ellos utilizar está en razón del taponamiento que el oftalmólogo desee producir. El SF6 tiene una duración de entre 12 a 15 días, mientras que el C3F8 mantiene su acción en torno a los 60 días. En mi caso se usó el primero de ellos y la burbuja fue poco a poco reduciéndose hasta desaparecer al cabo de 12 días. 


       La otra cirugía habitual en los casos de desprendimiento es la vitrectomía, que supone la eliminación del gel vítreo que hay dentro del ojo. Aunque se intente hacer de la forma menos agresiva posible, hay que introducir instrumentos en el ojo y no extraer el vítreo de una vez, ya que  la retina se arrastraría tras el vítreo si así lo hiciéramos. El procedimiento requiere hacer pequeñas aberturas en el ojo (de poco más de 1 mm.), introducir los instrumentos necesarios y triturar y absorber el vítreo.
    El instrumento utilizado es el vitrectomo, que consta de un pequeño tubo en cuya parte final hay una abertura por la que asoma un bisturí capaz de cortar a gran velocidad; a su vez, el tubo tiene capacidad de succión. Una vez dentro del ojo, el vitrectomo va cortando el gel vítreo a gran velocidad y a la vez va aspirándolo, de forma que apenas se haga tracción alguna sobre la retina y se elimine el riesgo de desprendimiento. Además, se requieren otros dos instrumentos: 
-     Una fuente de luz: al estar operando en la parte posterior del ojo, que es esencialmente una cámara oscura, no llega bien la luz a través de la córnea y hace falta iluminar el ojo desde dentro. Para ello se introduce un pequeño tubo similar al del vitrectomo que contiene una fibra óptica que ilumina el interior del ojo.
-     Un sistema de irrigación: el vitrectomo va cortando y aspirando el vítreo y el líquido que hay en el ojo por lo que al bajar la presión interna el ojo se colapsaría. Para evitarlo hay que introducir líquido y para ello se hace una tercera abertura por la que se introduce una cánula de irrigación. La cánula queda sujeta al ojo durante toda la cirugía y por ella se va aportando líquido según disminuya la presión interna.
      El vítreo se debe eliminar básicamente por dos razones:
1.    Porque no se pueden desplazar los instrumentos a través del vítreo, ya que de hacerlo se haría tracción de él y se podrían producir roturas de retina; una vez eliminado el vítreo ya se puede manipular la retina. La vitrectomía es obligada en cualquier cirugía de retina, aunque no haya desprendimiento, y es por ello que las operaciones de extirpación de membranas o reparación de desgarros conlleven vitrectomía; una vez eliminado el vítreo y sustituido por un líquido fluido, ya se puede hacer la operación que se necesite.
2.    Como hemos dicho, el causante de las roturas retinianas suele ser el propio vítreo, al hacer tracción sobre la retina. Por tanto, al eliminar el vítreo estamos tratando la principal causa y previniendo que en un futuro se vuelva a desprender la retina.
   Tras eliminar el vítreo hay que conseguir que la retina desprendida se coloque nuevamente en su sitio. Para ello se siguen los mismos procedimientos del láser o del frío vistos anteriormente y se aplica igualmente la solución del pegado con gas. El paciente ha de mantenerse después en la posición necesaria para permitir que el gas haga su función; si el desprendimiento es en la parte superior deberá estar erguido; si es en la parte posterior, deberá estar boca abajo. Según se reabsorbe el gas, el ojo se va rellenando con humor acuoso, que permite la misma calidad de visión que el humor vítreo original. En ocasiones, dependiendo del diagnóstico, en vez de gas se utiliza aceite de silicona. Ese aceite es transparente y permite la visión con la corrección óptica adecuada; en unos casos es necesario retirarlo en unos meses pero en otras ocasiones el aceite puede quedar dentro del ojo de por vida.  
    La vitrectomía se realiza bajo anestesia local y sedación. Tras la cirugía se mantiene el ojo ocluido hasta el día siguiente, en que el ojo ya queda destapado. Se administran gotas antibióticas y antiinflamatorias y el paciente puede realizar una vida prácticamente normal. La mayor parte de las cirugías de desprendimiento de retina (80-90%) son exitosas, aunque hay también casos que no se consiguen reparar; si la retina no llega a fijarse de nuevo a la pared del ojo, éste continuará perdiendo visión y se llegará a la ceguera. Tras una cirugía con éxito la visión puede tardar meses en mejorar; la evolución es exponencial y no siempre se recupera el 100% de la visión.
Desgarramiento de retina
La mayoría de los desgarramientos de retina se tratan mediante la fijación de ésta a la pared del ojo, ya sea por medio de láser o por congelación. En la cirugía con láser se utiliza un láser que hace pequeñas quemaduras alrededor del desgarramiento de la retina; la cicatriz que deja fija la retina al tejido subyacente, ayudando a prevenir el desprendimiento. En el tratamiento por congelación se utiliza una sonda que aplica un frío intenso y congela la retina alrededor del desgarramiento; el resultado es también una cicatriz que asegura y fija la retina a la pared del ojo. Son tratamientos que causan muy pocas molestias y que se realizan ambulatoriamente. Junto a ellos están las dos posibles intervenciones ya vistas: retinopexia neumática o  vitrectomía; se realizará una u otra en función de las características y diagnóstico del paciente.

Membrana epirretiniana
En el centro de la retina se encuentra la mácula, la parte responsable de la visión central. Una membrana epirretiniana (“membrana sobre la retina”) es una patología ocular consistente en el desarrollo de una membrana celular translúcida sobre la zona central de la retina que generalmente afecta a toda o parte de la mácula. Las células de la membrana segregan colágeno y forman una malla que al contraerse y estar adherida a la retina, la contrae y la deforma, con la consiguiente alteración visual: líneas curvadas, manchas, baja luminosidad (metamorfopsia).
    La membrana puede desarrollarse cuando se produce la separación del gel vítreo que rellena el ojo de la pared del fondo del ojo, es decir, cuando se produce un desprendimiento del vítreo posterior; las células del vítreo pueden quedar aisladas sobre la retina, proliferar y reproducirse, formando un tejido de aspecto similar al del papel celo. La mayor parte de quienes desarrollan una membrana epirretiniana no se entera, ya que al ser casi transparente, permite que la imagen llegue al fondo del ojo. Sin embargo, en ocasiones la membrana se contrae y, al hacerlo y estar adherida a la retina, la arruga, provocando un deterioro en la visión central. En tal caso se necesitará cirugía, que consistirá en una vitrectomía y la eliminación de la membrana.
   La mayoría de las membranas en personas mayores de 60 años se consideran “idiopáticas” (de causa desconocida). Su origen está en el proceso de envejecimiento que sufre el humor vítreo, que con el paso de los años se termina separando de la retina; también porque en ocasiones se liberan células encargadas de la reparación de la retina que sin embargo ponen en marcha la formación de la membrana. También pueden surgir tras un traumatismo o una enfermedad vascular (diabetes o trombosis venosa retiniana), tras una cirugía de vítreo o por depositarse sobre la mácula células que provienen del epitelio pigmentario; el haber presentado membrana macular en el otro ojo supone un 20 % más de riesgo. Al inicio se percibe una leve distorsión de las imágenes, líneas onduladas y alteraciones de los textos escritos; también es frecuente la visión borrosa en la zona central de la visión y con el tiempo crece la distorsión visual, se dificulta la lectura y acaba siendo muy difícil realizar cualquier tarea con el ojo afectado. La metamorfopsia puede confirmarse con el test de la rejilla de Amsler  y la visión borrosa con la proyección de optotipos que miden la agudeza visual. 
    Las membranas afectan al 2% de la población a partir de los 50 años; al inicio se manifiestan como micropliegues y un sutil brillo sobre la mácula, lo que dificulta su detección. Suelen aparecer en un 20% de los mayores de 75 años y evolucionar lentamente; pero pueden darse a cualquier edad y evolucionar en cuestión de semanas. Como a veces son consecuencia de una rotura que permite el paso de células desde el espacio subrretiniano, ante la presentación de síntomas como moscas flotantes o luces debe acudirse al oftalmólogo, a fin de detectar y sellar en su caso roturas, para evitar un posible desprendimiento de retina.     
    La cirugía de membrana supone hacer una vitrectomía, que se realiza con anestesia local y sedación. En los meses posteriores a la cirugía la visión mejora gradualmente en el 80 % de los pacientes; pero en los casos en que la membrana haya provocado una gran tracción y deformidad del tejido retiniano la recuperación visual puede quedar limitada.

lunes, 2 de octubre de 2017

Cataluña

¡Qué pena, qué inmensa pena! Llevar como llevamos, años dándole vueltas al problema de los independentismos, haberse aprovechado de sus votos en el Parlamento para sostener gobiernos del PP y del PSOE a cambio de concesiones que jamás deberían haberse hecho fuera de lo que establece la Constitución y los estatutos de autonomía, no haber sabido encontrar una estructura territorial definitiva de nuestro Estado ni haber sido capaces de anclarse firmemente en el diálogo, de investigar salidas, de tratar siempre de unir en vez de separar.

            Supe de la existencia del idioma catalán a través de la música; primero, y aunque en valenciano, con Raimon, a mis 17 años; poco más tarde con Joan Manuel Serrat, María del Mar Bonet y Marina Rosell; después con Lluis Llach. Me enamoré de su música, compartí su rechazo al franquismo, la defensa de su pueblo –que no de naciones ni banderas–, de la poesía de sus canciones, del acento y la fuerza con que las cantaban. Y deseé conocer esa tierra que daba tan grandes cantautores, una tierra que en mi imaginario personal se fue consolidando como un modelo para España.

            Y tuve la suerte de años después trabajar en Barcelona, en un proyecto que durante dos años me llevó a vivir en la calle Madrazo de la capital, a trabajar en un edificio de la Vía Augusta, a disfrutar tarde tras tarde de los jardines del cercano Turó Parc y de la amplitud y grandiosidad de la Diagonal; y de las obras de Gaudí y los bellísimos paisajes otoñales gerundenses, del Pirineo leridano, de la costa y de sus playas, desde Platja d'Aro a Arenys de Mar, desde la playa de Pals a la de Sitges. Y allí conocí a gente encantadora, a Joan, a Ernest, a Jordi, a María Teresa, a Angels, a Demetrio, a Fernando; gentes con las que trabajé, con las que conviví, a las que ayudé y que me ayudaron.

            En Barcelona, aunque nacieran en Madrid, se hicieron mis hijos; allí labré mi futuro profesional y allí he vuelto en múltiples ocasiones, incluso a veranear cuando aún nadie lo hacía, cuando los hoteles de postín ofertaban precios agresivos en verano para tratar de atraer un turismo entonces aún casi inexistente. Allí pasé tardes enteras fotografiando edificios modernistas para después escribir sobre los mismos; edificios tan verdaderamente catalanes, tan espléndidos y admirables como las casas Milá, Batlló y Calvet, las Vicens, Comalat, Ametller y Lleó i Morera; como los palacios de la Música, Güell o Baró de Quadras; el Hospital de Sant Pau, el Parque Güell o la Sagrada Familia. Esos, los más conocidos, y varias decenas más desperdigados a lo largo y ancho del Eixample.

            Años después he ido retornando para ver la evolución de una ciudad que amaba y amo, para disfrutar de su cocina (de su tradicional pan con tomate, de los caracoles a la llauna y de los calçots, de la butifarra y las mongetes, de la escalivada y la esqueixada, del fricandó, de la paella acompañada de un buen cava bebido en porrón, de la anguila del Delta, de las anchoas de la Escala, de la sangría de cava...), de sus monumentos, de sus edificios y sus calles. Allí viví las Olimpiadas del 92 bajo un calor sofocante, disfruté de la apertura al mar de la ciudad, de sus nuevas playas, de sus magníficos hoteles, de las fachadas de sus edificios, del sin par Paseo de Gracia, de la hermosísima Rambla de Cataluña, de la recoleta Plaça del Pí, de la pintoresca calle Petrixol, de sus granjas y sus deliciosos cafés suizos...

            Y hoy, cuando se produce la ruptura que ayer, uno de octubre, se manifestó de forma radical, cuando siento que me desgajan una parte de mi ser, me siento herido, maltratado. Por unos y otros, por los que se empeñan en irse y por los que se empeñan en no hacer nada para evitarlo; por los que obran de forma excluyente, casi xenófoba, y por los que se niegan a dialogar y a palos acaban excluyendo. Una locura. Una sinrazón.

            Como sufro y seguiré sufriendo en los próximos días teniendo por un lado que aguantar los mensajes hirientes, los memes irrespetuosos, las recomendaciones para que dejemos de consumir estos o aquellos productos catalanes... Y por otro, sintiendo el desprecio que muchos de los ciudadanos catalanes manifiestan a diario respecto de los españoles, como si ser madrileño, asturiano o de Murcia fuera un baldón, un error cometido por la raza humana.

            No lo entiendo, no lo puedo entender, nunca lo entenderé. Solo deseo que esta situación de ruptura pueda superarse, que se restablezcan tantos lazos rotos, que se ahonde en la paz y el entendimiento. Eso al menos trataré yo de hacer siempre con mis limitadas fuerzas.
            ¡Un fuerte abrazo, Catalunya!

domingo, 1 de octubre de 2017

De turismo en Noruega

Una semana en Noruega y uno vuelve a Madrid con el verdor de los campos y el correr del agua metidos hasta el tuétano. Y es que es verdaderamente asombroso el contraste que hay entre la desbordante vegetación, los bosques y praderas de la taiga escandinava y la tan escasa arboleda y seca estampa que nos ofrece la estepa castellana. Y no digamos nada respecto al continuo discurrir del agua, ya sea en forma de elevadas cascadas o impetuosos ríos, de profundos y extensos lagos o de silenciosos y penetrantes fiordos, si los comparamos con nuestros más que secos arroyos, ríos y embalses peninsulares. Un clima duro –durísimo– en invierno, que gracias a un verdadero milagro de la naturaleza transforma en época estival el territorio en un idílico edén, donde la vegetación, el peculiar caserío, las montañas y formaciones rocosas y el agua, hacen de una geografía inhóspita un absoluto vergel. Y eso que ahora, y aunque aún dominaban, los verdes empezaban ya a tornarse en algunos puntos amarillos, pardos e incluso rojos, debido a la todavía incipiente caída otoñal de la hoja. Y en consecuencia, un espectáculo de colorido y contrastes.     

Jardines Vigeland  y  Escalera de los Trolls
     La capital, Oslo, es una ciudad oscura, más bien sosa, aparentemente desvitalizada y amenizada principalmente por el ir y venir de los pocos turistas que vamos del Ayuntamiento al Palacio Real, del puerto a los jardines del Teatro Nacional. Algo más de vida, aunque también turística, se aprecia en los famosos jardines de Vigeland; pero la incipiente algarabía queda irremisiblemente contenida por la severidad de las estatuas del gran escultor noruego: el nacimiento, la juventud, la madurez, la vejez y la muerte que plasmó en sus graníticas obras se vieron además en nuestro caso acompañadas por un día a tono, nuboso y de apariencia casi sepulcral.

     Dejado atrás Oslo, el camino hacia Oppland ofrece ya la primera visión de lo que vamos a ir encontrando a lo largo de todo el recorrido: hermosas casitas, como de cuento, montes oscuros de magnetita forrados de abedules, cascadas sin fin, lagos y ríos, muchísimos ríos. En Lillehammer, donde hacemos una breve parada, la lluvia no cesa, mostrándonos por un día el tiempo habitual que impera en estas tierras y que en fechas subsiguientes será sin embargo mucho más benévolo. Dombås y su entorno nos ofrecen más tarde un punto de respiro en nuestro discurrir hacia el norte, así como el disfrute por la visita a una de las 28 iglesias medievales de madera que aún restan en Noruega, algunas de ellas declaradas  Patrimonio de la Humanidad.

   Desde Oppland, la ruta nos lleva a la Escalera de los Trolls (en Noruega estos duendecillos son patrimonio nacional y están por todas partes), una escarpada subida de paisaje espectacular y once peligrosísimas curvas, con tramos en que solo cabe un coche y que finaliza en un centro turístico con mirador sobre un abismo de origen glaciar que a más de uno puso los pelos de punta. En estos dos vídeos un motorista y un skater graban su  bajada por la Escalera:
www.youtube.com/watch?v=xTlsgKVilYI
www.youtube.com/watch?v=-RRajODlCSE&feature=youtu.be

    Tras el ascenso por tan vertiginosa carretera seguimos la ruta que conduce a Geiranger, donde nos embarcamos para realizar un idílico recorrido por el fiordo al que da nombre esa población, declarado Patrimonio de la Humanidad.

Fiordo Geiranger  y  Glaciar de Jostedal 
     La siguiente escala fue para visitar el glaciar de Jostedal, el mayor del continente europeo, que aunque ocupa nada menos que 485 Km2 va viendo con el paso de los años cómo se van retrayendo sus brazos. Nos acercamos a la denominada lengua de Briksdal y aunque no se puede acceder a la propia lengua del glaciar debido a la peligrosidad ante roturas y avalanchas de hielo, el recorrido de unos 3 Km. desde el aparcamiento hasta el lago formado por el deshielo del glaciar es espectacular; como también lo fue el vendaval que ese día se registraba en la orilla del lago y que hacía muy difícil mantener el equilibrio a quienes queríamos aprovechar para fotografiar tan bello espectáculo natural. Al día siguiente nos acercamos a otra de las lenguas del glaciar, la denominada lengua Bøya, como preámbulo a la visita al Museo Noruego de los Glaciares, donde puede uno informarse sobre la formación en época remota y la evolución de estos monstruos de hielo.

     La tarde de ese mismo día la dedicamos a subir en tren por las escarpadas laderas que se encuentran en torno al pueblecito de Flåm; situado a nivel del mar, junto al fiordo de Sogn (fiordo de los Sueños), este pueblo es famoso por el tren que asciende hasta lo alto de la estación de montaña de Myrdal, a 867 m. de altura. Al final de su recorrido, en una breve parada que el tren realiza en la estación de Kårdal, los viajeros pueden bajar durante unos minutos para disfrutar de la gran cascada que justo allí mismo se precipita hacia el valle. 
Cascada de Kårdal  e  Iglesia de Borgund
      Durante todo el viaje fuimos además haciendo breves paradas para visitar las iglesias medievales que se encontraban cerca de nuestra ruta, todas ellas muy bien conservadas y algunas, como ya he dicho, declaradas patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

      El siguiente paso, tras atravesar por segunda vez el increíble túnel de Lærdal, de 24,5 Km. de largo, fue recorrer a lo largo de dos horas de travesía marítima el famosísimo fiordo de los Sueños, otro patrimonio más de la Humanidad. Sus laderas, de montes de piedra oscura debido al mineral de hierro de que están compuestos y de un verdor insuperable debido a su vegetación de abedules, thujas, abetos, pinos y pinsapos, contrasta con el azul de sus aguas, todo enmarcado en una quietud y una paz paradisíacas.

Fiordo de los Sueños y Barrio Hanseático de Bergen

     Acabamos el viaje visitando la ciudad de Bergen, medio bloqueada el día de nuestra llegada por celebrarse el Campeonato Mundial de Ciclismo. Es ésta una ciudad portuaria de gran belleza, ubicada en la costa sudoeste de Noruega y rodeada de siete colinas; adquirió importancia en el siglo XII gracias al comercio del bacalao a través de mercaderes de la Liga Hanseática, que se instalaron junto al puerto, levantando un pequeño barrio. Ese mismo barrio, destruido por un incendio en 1702, fue reconstruido durante el siglo XVIII y es hoy motivo de visita obligada, pues conserva el encanto de sus suelos y casas de madera pintada. No pudimos ver sin embargo el famoso mercado de pescado, debido a que la remodelación de la zona para adaptar la ciudad al campeonato ciclista había obligado a cerrarlo temporalmente; pero sí pudimos, en un magnífico puesto de venta instalado en la oficina de turismo comprar unas buenas porciones de salmón y arenque ahumados de primerísima calidad. Un buen y sabroso bocado que ha prolongado el recuerdo de tan agradable visita.