Una semana
en Noruega y uno vuelve a Madrid con el verdor de los campos y el correr del
agua metidos hasta el tuétano. Y es que es verdaderamente asombroso el
contraste que hay entre la desbordante vegetación, los bosques y praderas de la
taiga escandinava y la tan escasa arboleda y seca estampa que nos ofrece la
estepa castellana. Y no digamos nada respecto al continuo discurrir del agua,
ya sea en forma de elevadas cascadas o impetuosos ríos, de profundos y extensos
lagos o de silenciosos y penetrantes fiordos, si los comparamos con nuestros
más que secos arroyos, ríos y embalses peninsulares. Un clima duro –durísimo–
en invierno, que gracias a un verdadero milagro de la naturaleza transforma en
época estival el territorio en un idílico edén, donde la vegetación, el
peculiar caserío, las montañas y formaciones rocosas y el agua, hacen de una
geografía inhóspita un absoluto vergel. Y eso que ahora, y aunque aún
dominaban, los verdes empezaban ya a tornarse en algunos puntos amarillos,
pardos e incluso rojos, debido a la todavía incipiente caída otoñal de la hoja.
Y en consecuencia, un espectáculo de colorido y contrastes.
Jardines Vigeland y Escalera de los Trolls |
La capital, Oslo, es una ciudad
oscura, más bien sosa, aparentemente desvitalizada y amenizada principalmente
por el ir y venir de los pocos turistas que vamos del Ayuntamiento al Palacio
Real, del puerto a los jardines del Teatro Nacional. Algo más de vida, aunque
también turística, se aprecia en los famosos jardines de Vigeland; pero la
incipiente algarabía queda irremisiblemente contenida por la severidad de las
estatuas del gran escultor noruego: el nacimiento, la juventud, la madurez, la
vejez y la muerte que plasmó en sus graníticas obras se vieron además en
nuestro caso acompañadas por un día a tono, nuboso y de apariencia casi sepulcral.
Dejado atrás Oslo, el camino hacia
Oppland ofrece ya la primera visión de lo que vamos a ir encontrando a lo largo
de todo el recorrido: hermosas casitas, como de cuento, montes oscuros de
magnetita forrados de abedules, cascadas sin fin, lagos y ríos, muchísimos
ríos. En Lillehammer, donde hacemos una breve parada, la lluvia no cesa,
mostrándonos por un día el tiempo habitual que impera en estas tierras y que en
fechas subsiguientes será sin embargo mucho más benévolo. Dombås y su entorno
nos ofrecen más tarde un punto de respiro en nuestro discurrir hacia el norte,
así como el disfrute por la visita a una de las 28 iglesias medievales de
madera que aún restan en Noruega, algunas de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad.
Desde Oppland, la ruta nos lleva a
la Escalera de los Trolls (en Noruega estos duendecillos son patrimonio
nacional y están por todas partes), una escarpada subida de paisaje
espectacular y once peligrosísimas curvas, con tramos en que solo cabe un coche
y que finaliza en un centro turístico con mirador sobre un abismo de origen
glaciar que a más de uno puso los pelos de punta. En estos dos vídeos un
motorista y un skater graban su bajada
por la Escalera:
www.youtube.com/watch?v=xTlsgKVilYI
www.youtube.com/watch?v=-RRajODlCSE&feature=youtu.be
Tras el ascenso por tan vertiginosa
carretera seguimos la ruta que conduce a Geiranger, donde nos embarcamos
para realizar un idílico recorrido por el fiordo al que da nombre esa
población, declarado Patrimonio de la Humanidad.
Fiordo Geiranger y Glaciar de Jostedal |
La siguiente escala fue para visitar
el glaciar de Jostedal, el mayor del continente europeo, que aunque ocupa nada
menos que 485 Km2 va viendo con el paso de los años cómo se van retrayendo sus
brazos. Nos acercamos a la denominada lengua de Briksdal y aunque no se puede
acceder a la propia lengua del glaciar debido a la peligrosidad ante roturas y
avalanchas de hielo, el recorrido de unos 3 Km. desde el aparcamiento hasta el
lago formado por el deshielo del glaciar es espectacular; como también lo fue
el vendaval que ese día se registraba en la orilla del lago y que hacía muy
difícil mantener el equilibrio a quienes queríamos aprovechar para fotografiar
tan bello espectáculo natural. Al día siguiente nos acercamos a otra de las
lenguas del glaciar, la denominada lengua Bøya, como preámbulo a la visita al
Museo Noruego de los Glaciares, donde puede uno informarse sobre la formación
en época remota y la evolución de estos monstruos de hielo.
La tarde de ese mismo día la
dedicamos a subir en tren por las escarpadas laderas que se encuentran en torno
al pueblecito de Flåm; situado a nivel del mar, junto al fiordo de Sogn (fiordo
de los Sueños), este pueblo es famoso por el tren que asciende hasta lo alto de
la estación de montaña de Myrdal, a 867 m. de altura. Al final de su recorrido,
en una breve parada que el tren realiza en la estación de Kårdal, los viajeros
pueden bajar durante unos minutos para disfrutar de la gran cascada que justo
allí mismo se precipita hacia el valle.
Cascada de Kårdal e Iglesia de Borgund |
Durante todo el viaje fuimos además
haciendo breves paradas para visitar las iglesias medievales que se encontraban
cerca de nuestra ruta, todas ellas muy bien conservadas y algunas, como ya he
dicho, declaradas patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El siguiente paso, tras atravesar
por segunda vez el increíble túnel de Lærdal, de 24,5 Km. de largo, fue
recorrer a lo largo de dos horas de travesía marítima el famosísimo fiordo de
los Sueños, otro patrimonio más de la Humanidad. Sus laderas, de montes de
piedra oscura debido al mineral de hierro de que están compuestos y de un
verdor insuperable debido a su vegetación de abedules, thujas, abetos, pinos y
pinsapos, contrasta con el azul de sus aguas, todo enmarcado en una quietud y
una paz paradisíacas.
Fiordo de los Sueños y Barrio Hanseático de Bergen |
Acabamos el viaje visitando la ciudad
de Bergen, medio bloqueada el día de nuestra llegada por celebrarse el
Campeonato Mundial de Ciclismo. Es ésta una ciudad portuaria de gran belleza,
ubicada en la costa sudoeste de Noruega y rodeada de siete colinas; adquirió
importancia en el siglo XII gracias al comercio del bacalao a través de
mercaderes de la Liga Hanseática, que se instalaron junto al puerto, levantando
un pequeño barrio. Ese mismo barrio, destruido por un incendio en 1702, fue reconstruido
durante el siglo XVIII y es hoy motivo de visita obligada, pues conserva el
encanto de sus suelos y casas de madera pintada. No pudimos ver sin embargo el
famoso mercado de pescado, debido a que la remodelación de la zona para adaptar
la ciudad al campeonato ciclista había obligado a cerrarlo temporalmente; pero
sí pudimos, en un magnífico puesto de venta instalado en la oficina de turismo
comprar unas buenas porciones de salmón y arenque ahumados de primerísima
calidad. Un buen y sabroso bocado que ha prolongado el recuerdo de tan
agradable visita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario