domingo, 13 de agosto de 2017

Por tierras portuguesas


Con la idea inicial de recorrer parte del Camino de Santiago portugués por la costa, me he desplazado en coche hasta Aveiro con el plan de ir al día siguiente a Oporto y desde allí iniciar el camino. Viajaba esta vez sin mucha preparación y sin conocer el nivel de servicios que pudieran permitirme hacer el camino de forma similar a como hice una parte del Camino del Norte (San Sebastián-Santander): recorriendo cada una de las etapas caminando para después volver al punto de partida en tren o bus e ir al día siguiente en coche hasta el punto de partida de la siguiente etapa; así etapa tras etapa, día tras día. Pero no había contado con la fuerte densidad de población de la zona, la complejidad de las vías urbanas que hay en la parte inicial del camino y la inexistencia (o mejor dicho, mi desconocimiento) de ferrocarriles que me facilitasen cumplir el plan.

       Así que al final abandoné la idea inicial y lo que en su lugar hice fue, como un turista más, recorrer caminando las zonas donde recalé, empezando por Aveiro y su ría, siguiendo por la ciudad de Oporto y la cercana localidad playero-portuaria de Matosinhos, para llegar finalmente a la hermosa población de Guimarães, ya en pleno interior del país. Crucé después la frontera por Valença-Tuy para descubrir desde la cima del Monte de Santa Tecla la maravillosa desembocadura del río Miño en La Guardia y disfrutar más tarde de las calles y vistas de Bayona, de un relajante baño en las termas de Prexigueiro, de una excepcional comida en Ribadavia, de la ciudad de Orense y la increíble Allariz y finalmente, de la coqueta Puebla de Sanabria.

Salamanca - San Esteban                                                         Ciudad Rodrigo
     Camino de Aveiro pasé primero por Salamanca e hice noche en Ciudad Rodrigo. De Salamanca poco hay que hablar; todos conocemos su belleza. Así que tan solo resumo el recorrido que antes y tras la comida hice por sus calles: San Esteban, el claustro de las Dueñas, ambas catedrales, la Universidad, la Clerecía y la Casa de las Conchas, la Plaza Mayor y un lugar encantador al que siempre me apetece dedicar algún minuto, los jardines de Calixto y Melibea.

         En Ciudad Rodrigo, a la que no volvía desde hacía más de 40 años y de la que nada recordaba, paseé por sus calles, tan salmantinas, por las cercanías del río Águeda, por sus murallas y su castillo-parador y admiré la delicadeza decorativa de su zona comercial a base de bicicletas-florero, así como la solidez y contundencia de sus mansiones señoriales. 
       Llegado a Portugal, y tras pasar junto a no menos de siete zonas devastadas por los terribles incendios que allí se suelen producir verano tras verano, aterricé en Aveiro, donde pude contemplar la belleza de su ría, de  sus embarcaciones, de  un estilo  que  recuerda a  las venecianas góndolas y que  aquí  las llaman "moliceiros",
de sus fachadas entre barroco y modernistas, de los azulejos de sus iglesias y mansiones, de sus salinas y sus mercados, donde destacaría la venta de anguilas vivas y del que ellos llaman pez espada (que para nosotros es el "sable negro" y que nunca en España he visto consumir), las prestigiosas conservas que allí se cuidan hasta la exquisitez y la gran variedad de sales de mesa procedentes de las cercanas salinas. Me acerqué por la tarde a Costa Nova, donde aparte de su amplísima playa, desde donde vi atardecer, pude admirar las deliciosas casitas rayadas de colores que bordean el barrio de pescadores y degustar un apetitoso aperitivo a base de percebes y cerveza portuguesa.  
Aveiro - Casas de Costa Nova y peces espada en el mercado
       Dejado atrás Aveiro, llegué a Oporto justo a la hora de la comida para toparme con una feria gastronómica que todos los años se organiza en los jardines de Sao Lázaro, la denominada "Ao gosto do Porto"; había variedad de oferta, desde las populares y muy calóricas "francesinhas" hasta asados, bebidas y dulces de todo tipo; pero lo que a mí me encandiló nada más verlo fue el puesto en que ofrecían apetitosas sardinas, lubinas y doradas hechas a la brasa delante de uno mismo y aderezadas con esas patatitas portuguesas que siempre me han parecido gloria bendita. Todo un descubrimiento que repetí hasta en tres ocasiones.       
        La tarde la dediqué en parte a visitar la Ribeira, bajando por una de las escaleras que hay frente al puente de Don Luis I, recorriendo el muelle y tomando después el tradicional tranvía que me acercó hasta la amplísima desembocadura del Duero. Desde allí volví para visitar la parte de la ciudad en torno a la Praça da Liberdade y la Avenida dos Aliados, la estación de Sao Bento, la calle Santa Catarina y el mercado de Bolhao. La cena en Sao Lázaro; si a mediodía habían caído unas exquisitas sardinas, ahora le tocaba a la dorada.
Oporto - Vista desde la Torre dos Clérigo y La Ribeira
      
Al día siguiente fui caminando hasta la zona de bodegas de vino de Oporto, todas en Vila Nova de Gaia;  atravesé el Duero por la parte superior del Puente Don Luis I y bajé por infinidad de callejuelas para llegar finalmente a las Bodegas Ferreira, que visité junto a un grupo de italianos. Tras la preceptiva cata de las variedades de vino de Oporto, un teleférico para volver a las alturas, paseo en metro y comida en Matosinhos. Degusté el clásico caldo verde y el mencionado pez espada portugués, ambos platos realmente fabulosos. Y un café como solo ellos y los italianos saben hacer. Hubo que bajar esa comida con una amplia caminata a lo largo de la playa y la ribera del Duero y más tarde subiendo a la Torre dos Clérigos, desde donde se aprecia una magnífica perspectiva de la ciudad. Por la noche, y por si no había habido suficiente pescado, otra dorada.
         Mi tercer día empezó en la zona de la catedral, bajando de nuevo a la Ribeira por las Escadas das Verdades y recorriendo nuevamente gran parte de la ribera del Duero. Después, baño (mojada de pies más bien, ese agua tan helada no da otra opción) en la playa de Matosinhos, más pescado a la brasa aderezado con un magnífico blanco de Douro, más café y... vuelta a la ciudad para recorrer la zona de la Casa da Música, los Jardines del Palacio de Cristal, la zona céntrica y alguna que otra de las muy barrocas iglesias que hay por esos pagos y que aún me quedaban por ver. Y llegada la noche, sesión fotográfica de algunos de los principales monumentos y muelles de la ciudad. Así dormí de a gusto, después de la kilometrada que me había tragado.
         Debo decir que el primer día quedé algo desilusionado con Oporto, dado lo decadente que me resultaron sus ajadas fachadas de azulejo, sus calles de pequeño y ruidoso adoquinado, la aglomeración turística y algo de suciedad y de abandono; sin embargo, al final de los tres días acabé encantado, no sé si porque como pasa en Roma o en Venecia acabas asumiendo que su belleza está en su decrepitud o porque las gentes que te rodean son tan amables y cercanas que hacen que resulte imposible no amar una ciudad así.
Guimarães - Padrão do Salado y Palacio de los Duques de Bragança

      Dejé Oporto al día siguiente y para evitar el sistema electrónico de pago implantado recientemente en algunas autopistas, decidí cambiar de ruta y volver a España no por la costa sino por el interior. Llegué así a Guimarães, cuna de la nación portuguesa y primera capital de la misma; recorrí su hermoso centro medieval así como el entorno del castillo y la capilla románica de San Miguel, el palacio de los Duques de Bragança y diversas iglesias tan repolludas como las de Aveiro y Oporto; curiosamente, en Guimarães está además el único monumento que hay dedicado a la batalla del Salado (1340), en la que portugueses y castellano-aragoneses vencieron a los benimerines invasores.
       Y hasta aquí el recorrido portugués. Desde Guimarães pasé a España por Valença y me adentré en tierras gallegas. Pero eso lo contaré en otro momento. 

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