Con la
idea inicial de recorrer parte del Camino de Santiago portugués por la costa,
me he desplazado en coche hasta Aveiro con el plan de ir al día siguiente a
Oporto y desde allí iniciar el camino. Viajaba esta vez sin mucha preparación y
sin conocer el nivel de servicios que pudieran permitirme hacer el camino de
forma similar a como hice una parte del Camino del Norte (San
Sebastián-Santander): recorriendo cada una de las etapas caminando para después
volver al punto de partida en tren o bus e ir al día siguiente en coche hasta
el punto de partida de la siguiente etapa; así etapa tras etapa, día tras día.
Pero no había contado con la fuerte densidad de población de la zona, la complejidad
de las vías urbanas que hay en la parte inicial del camino y la inexistencia (o
mejor dicho, mi desconocimiento) de ferrocarriles que me facilitasen cumplir el
plan.
Así que al final abandoné la idea
inicial y lo que en su lugar hice fue, como un turista más, recorrer caminando las
zonas donde recalé, empezando por Aveiro y su ría, siguiendo por la ciudad de Oporto
y la cercana localidad playero-portuaria de Matosinhos, para llegar finalmente
a la hermosa población de Guimarães, ya en pleno interior del país. Crucé después
la frontera por Valença-Tuy para descubrir desde la cima del Monte de Santa
Tecla la maravillosa desembocadura del río Miño en La Guardia y disfrutar más
tarde de las calles y vistas de Bayona, de un relajante baño en las termas de
Prexigueiro, de una excepcional comida en Ribadavia, de la ciudad de Orense y la
increíble Allariz y finalmente, de la coqueta Puebla de Sanabria.
Salamanca - San Esteban Ciudad Rodrigo |
En Ciudad Rodrigo, a la que no volvía desde hacía más de 40 años y de la que nada recordaba, paseé por sus calles, tan salmantinas, por las cercanías del río Águeda, por sus murallas y su castillo-parador y admiré la delicadeza decorativa de su zona comercial a base de bicicletas-florero, así como la solidez y contundencia de sus mansiones señoriales.
Llegado a Portugal, y tras pasar
junto a no menos de siete zonas devastadas por los terribles incendios que allí
se suelen producir verano tras verano, aterricé en Aveiro, donde pude
contemplar la belleza de su ría, de sus embarcaciones, de un estilo que recuerda
a las venecianas góndolas y que aquí las llaman "moliceiros",
de sus
fachadas entre barroco y modernistas, de los azulejos de sus iglesias y
mansiones, de sus salinas y sus mercados, donde destacaría la venta de anguilas
vivas y del que ellos llaman pez espada (que para nosotros es el "sable
negro" y que nunca en España he visto consumir), las prestigiosas
conservas que allí se cuidan hasta la exquisitez y la gran variedad de sales de
mesa procedentes de las cercanas salinas. Me acerqué por la tarde a Costa Nova,
donde aparte de su amplísima playa, desde donde vi atardecer, pude admirar las
deliciosas casitas rayadas de colores que bordean el barrio de pescadores y
degustar un apetitoso aperitivo a base de percebes y cerveza portuguesa.
Aveiro - Casas de Costa Nova y peces espada en el mercado |
Dejado atrás Aveiro, llegué a Oporto
justo a la hora de la comida para toparme con una feria gastronómica que todos
los años se organiza en los jardines de Sao Lázaro, la denominada "Ao
gosto do Porto"; había variedad de oferta, desde las populares y muy calóricas
"francesinhas" hasta asados, bebidas y dulces de todo tipo; pero lo
que a mí me encandiló nada más verlo fue el puesto en que ofrecían apetitosas
sardinas, lubinas y doradas hechas a la brasa delante de uno mismo y aderezadas
con esas patatitas portuguesas que siempre me han parecido gloria bendita. Todo
un descubrimiento que repetí hasta en tres ocasiones.
La tarde la dediqué en parte a
visitar la Ribeira, bajando por una de las escaleras que hay frente al puente
de Don Luis I, recorriendo el muelle y tomando después el tradicional tranvía
que me acercó hasta la amplísima desembocadura del Duero. Desde allí volví para
visitar la parte de la ciudad en torno a la Praça da Liberdade y la Avenida dos
Aliados, la estación de Sao Bento, la calle Santa Catarina y el mercado de Bolhao.
La cena en Sao Lázaro; si a mediodía habían caído unas exquisitas sardinas,
ahora le tocaba a la dorada.
Oporto - Vista desde la Torre dos Clérigo y La Ribeira |
Mi tercer día empezó en la zona de
la catedral, bajando de nuevo a la Ribeira por las Escadas das Verdades y
recorriendo nuevamente gran parte de la ribera del Duero. Después, baño (mojada
de pies más bien, ese agua tan helada no da otra opción) en la playa de
Matosinhos, más pescado a la brasa aderezado con un magnífico blanco de Douro,
más café y... vuelta a la ciudad para recorrer la zona de la Casa da Música, los
Jardines del Palacio de Cristal, la zona céntrica y alguna que otra de las muy barrocas
iglesias que hay por esos pagos y que aún me quedaban por ver. Y llegada la
noche, sesión fotográfica de algunos de los principales monumentos y muelles de
la ciudad. Así dormí de a gusto, después de la kilometrada que me había
tragado.
Debo decir que el primer día quedé
algo desilusionado con Oporto, dado lo decadente que me resultaron sus ajadas
fachadas de azulejo, sus calles de pequeño y ruidoso adoquinado, la
aglomeración turística y algo de suciedad y de abandono; sin embargo, al final
de los tres días acabé encantado, no sé si porque como pasa en Roma o en
Venecia acabas asumiendo que su belleza está en su decrepitud o porque las
gentes que te rodean son tan amables y cercanas que hacen que resulte imposible
no amar una ciudad así.
Guimarães - Padrão do Salado y Palacio de los Duques de Bragança |
Dejé Oporto al día siguiente y para
evitar el sistema electrónico de pago implantado recientemente en algunas
autopistas, decidí cambiar de ruta y volver a España no por la costa sino por
el interior. Llegué así a Guimarães, cuna de la nación portuguesa y primera
capital de la misma; recorrí su hermoso centro medieval así como el entorno del
castillo y la capilla románica de San Miguel, el palacio de los Duques de
Bragança y diversas iglesias tan repolludas como las de Aveiro y Oporto;
curiosamente, en Guimarães está además el único monumento que hay dedicado a la
batalla del Salado (1340), en la que portugueses y castellano-aragoneses
vencieron a los benimerines invasores.
Y
hasta aquí el recorrido portugués. Desde Guimarães pasé a España por Valença y
me adentré en tierras gallegas. Pero eso lo contaré en otro momento.
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