lunes, 10 de abril de 2017

MÚSICA


Tan importante es la música en mi vida que se merece en este blog –aunque más que a un blog se va pareciendo cada día más a unas memorias– un capítulo especial. La música ha sido una compañera inseparable, una catalizadora de mis sentimientos y estados de ánimo, un receptáculo para la exaltación de los momentos de alegría o para refugiarse en ella en los momentos de soledad o tristeza. En el transcurso de mi vida la música ha sido, sigue y espero que seguirá siendo siempre una segura compañía, que lo mismo que me transporta al más sublime de los mundos, me envuelve, abriga y acompaña durante las tribulaciones más desoladoras.   

         Debí tener mi primera conciencia musical en tiempos muy remotos, cuando rondaba los ocho o nueve años de edad, en la época en que las emisoras radiofónicas emitían concursos musicales como el famoso "Ruede la Bola" de Radio Intercontinental, y cuando  empezaban ya a surgir en España los primeros éxitos populares al hilo de la incipiente industria fonográfica. Eran sobre todo temas de corte muy tradicional, como pasodobles, fandangos y coplas españolas y tango, boleros y rumbas latinoamericanas, que nuestras madres y vecinas entonaban a la vez que hacían sus labores domésticas y que se escuchaban constantemente por la radio, aunque respetando, eso sí, los tiempos intocables de los "partes" y las radionovelas.

       Pero también empezaron a escucharse por entonces temas musicales de otro corte, éxitos fugaces del momento que sin tener aún el impacto mediático de los que llegarían más tarde, los que ya en los años 60 conoceríamos como superventas, alcanzaron sin duda una gran popularidad. Temas que como "Nel blu dipinto di blu", ganador del festival de San Remo de 1958 cantado por Domenico Modugno, "Moliendo café", del venezolano Hugo Blanco, o "Tintarella di luna", tema de 1959 de la italiana Mina, empezaron a sonar de forma continuada en nuestras emisoras. Poco después, en 1959, se celebró en España el primer Festival de la Canción de Benidorm, inspirado en el italiano Festival de San Remo, que se venía celebrando ya desde 1951; las canciones ganadoras en Benidorm, como "Un telegrama" o "Comunicando", empezarían también a conformar ese nuevo mundillo musical.


         Aunque en Estados Unidos e Inglaterra el fenómeno había arrancado bastantes años antes, al iniciarse la década de los 60 surgió ya en España con toda su fuerza el interés por el rock’n roll americano surgido en los 50, y al hilo suyo, del sinfín de nuevos ritmos bailables (twist, madison, yenka…) que conducirían a la explosión de lo que se conoció como música popular o música pop (en España se le aplicó habitualmente el calificativo más bien cutre de "música yé-yé").


          Los preadolescentes de aquellos años empezamos así a tararear temas como "La Plaga" (1959, versión española del "Good Golly Miss Molly" de 1957 de Little Richard, quizá más conocido por la versión que hicieron más tarde The Beatles y que titularon "Dizzy Miss Lizzy"), "El rock de la cárcel" (adaptación del éxito de 1957 de Elvis Presley, "Jailhouse rock") o "Popotitos" (de 1961, versión española del tema de 1957 "Bony Moronie", de Larry Williams), cantadas todas ellas por el mejicano Enrique Guzmán y su grupo los "TeenTops"; Guzmán triunfaría también como solista con temas como el famosísimo "Cien kilos de barro" (1961, traducción de "A Hundred Pounds of Clay" de Gene McDaniels).

        Por entonces empezó a escucharse en España mucha música italiana, destacando intérpretes como Domenico Modugno ("Nel blu dipinto di blu", "Dio, come ti amo"), Tony Dallara ("Comme prima", "Al di la", "La Novia"), Gigliola Cinquetti ("Non ho l’età"), Bobby Solo ("Una lacrima sul viso", "Se piange, se ridi"), Gino Paoli ("Sapore di sale"), Dalida ("Ciao Amore Ciao", "Gigi l'amoroso", "Parole"), Rita Pavone ("Cuore", "Non è facile avere 18 anni", "Datemi un martello", "Che m’importa del mondo"), Gianni Morandi ("Non son degno di te") o Jimmy Fontana ("Il mondo"). Muchos de ellos venían de haber triunfado en el Festival de San Remo.



         También se escuchaba música francesa, con Edith Piaf a la cabeza ("La vie en rose", "Non, je ne regrette rien", "Hymne à l'amour", "Mon légionnaire", "La Foule", "Milord"), seguida de grandes cantautores como Jacques Brel ("Ne me quitte pas") o Charles Aznavour ("La mamma", "Que ce triste Venice", "La Bohéme", "Il faut savoir"). Y de forma arrasadora, a partir de 1962, las deliciosas canciones de Françoise Hardy ("Tous les garçons et les filles", "L'Amitié", "Rendez-vous d'automne"), Marie Laforet ("La plage"), Silvie Vartan ("La plus belle pour aller danser", "Si je chante", "Én Ecoutant la Pluie") y France Gall ("Poupée de Cire"). Esta última triunfó con esa canción en el Festival de Eurovisión de 1965, otro de los referentes de la época; tres años después, en 1968, haría lo propio la española Massiel con su famosísimo y repetitivo "La La La".  

        Y hubo también importantes vocalistas masculinos en lengua francesa, como Salvatore Adamo ("Tombe la Neige", "Ton Nom", "Une Meche de Cheveux", "La Nuit", "Mes Mains Sur Tes Hanches" o "Inch'allah"), Hervé Vilard ("Capri c'est fini"), Christophe ("Aline"), Michel Polnareff ("Love me, please love me"), Antoine ("Élucubrations") y el más rockero de entre todos ellos, Johnny Hallyday.


        A principios de los 60 tuve mi primera experiencia con la música clásica. Durante aquellos años mi colegio funcionaba en modalidad mediopensionista, de modo que todos nos quedábamos en él a almorzar. Hubo un tiempo en que, según fuese el humor de la directora del centro, en el comedor nos entretenían de vez en cuando con música clásica; fue aquella la primera vez que vi de cerca un tocadiscos, y también fueron aquellos los primeros vinilos en formato long play (LP) que pude manosear. Pienso yo que pondrían aquella música para tratar de amansar a las fieras y para ayudar así a que comiéramos más relajadamente; pero quizá, queriendo ser algo más benevolente con el colegio, y dado que casi no existía por entonces educación musical alguna, el objetivo fuese colaborar mínimamente en la formación y el desarrollo de nuestro oído musical. Lo cierto es que desde entonces hubo tres nombres que quedaron muy bien archivados en mi subconsciente: los de los compositores Beethoven y Tchaikowsky y el del gran director de orquesta español Ataúlfo Argenta; allí quedarían, hasta que pasados casi quince años un amigo músico me ayudaría a sacarlos a la luz.        
Beethoven, Tchaikovski, Argenta
                               
      Aunque al tratarse de música el idioma en que se cante no venga a importar excesivamente, he de admitir que la música popular que siempre más me ha atraído, muy probablemente por ser musicalmente hijo de la explosión del pop-rock británico de los años 60, es la interpretada en inglés. Por un lado porque debido a su sonoridad ese idioma se adapta muy bien al tipo de canciones cuyo referente es el rock; pero también por otra razón nada desdeñable: porque las letras de las canciones, escritas generalmente por jovencísimos chicos que solían cantar a la dulzura y belleza femeninas, a los amores imposibles y a los desamores del ocaso del verano, eran en general temas muy simples, elementales, pensados para bailar y pasar el rato de forma desenfadada; unas trivialidades que cantadas en un inglés que no entendíamos brindaban la oportunidad de ponerles nuestras propias letras o de, aún mejor, asociarlas como quisiéramos a nuestros propios sentimientos. Así, una simpleza referente al deseo irreprimible de que no se acabase el verano, se podía transformar según el caso, en la sublimación platónica de un ser irreal. Ventajas de la imaginación humana.

        De todas formas hubo, cómo no, música española que me llegó muy profundo, en especial la que durante los años 60 y 70 se denominó "Nova cançó catalana" y la que se fue conformando como contestataria del régimen franquista o como denuncia de las injusticias sociales del momento; cosas ambas, la "nova cançó" y las canciones de corte político-social, que en gran parte fueron juntas de la mano en España durante mucho tiempo. Entre los cantantes de la época que más huella me dejaron por entonces estaban Joan Manuel Serrat, con canciones como "Ara que tinc vint anys", "Canço de matinada", "Tu nombre me sabe a hierba" o "Poema de amor" entre otras muchas y, en menor medida, el valenciano Raimon, con sus muy famosas "Al vent", "A cops", "Som" y "La pedra".  


       También durante esos años surgieron muchos grupos españoles, estos ya sin  pretensiones sociales, y lo hicieron al abrigo del boom provocado principalmente por The Beatles; mis preferidos entonces fueron Los Brincos (con las rompedoras "Baila la pulga", "Flamenco" y "Borracho", además de éxitos posteriores como "Tú me dijiste adiós", "Eres tú", "Mejor", "Sola", "Cry" y "Un sorbito de champán"), Los Bravos ("Black is black", "Los chicos con las chicas"), Los Canarios ("Get on your knees"), Fórmula V ("Cuéntame"), Los Pasos ("Anoushka") y los Pop Tops ("Mammy Blue", "Oh Lord, why Lord", "Con su blanca palidez").


      Emulando a grandes grupos instrumentales como los británicos The Shadows ("Apache", "The Young Ones", "Wonderful World", "Theme for Young Lovers", "Big B", "Geronimo", "Guitar Tango") o The Tornados ("Telstar") y los norteamericanos The Ventures ("Walk, don't run", "Pipeline", "Wipe out") o Johnny and The Hurricanes ("Red River Rock", "The Beatnick Fly") estaban los dos grupos españoles de rock instrumental para mí más representativos del momento: Los Relámpagos ("Nit de llampecs", "Danza del fuego", "Recuerdos de la Alhambra", "Nocturno") y Los Pekenikes ("Hilo de seda", "Romance Anónimo", "Frente a Palacio", "Sombras y Rejas", "Trapos Viejos"). Todo ello sin olvidar a una pareja tan representativa de la música de esos años como el Dúo Dinámico ("Quince años tiene mi amor", "Perdóname", "Esos ojitos negros", "Quisiera ser", "Resistiré"), aunque reconozco que por entonces mi interés por ellos fue muy limitado, por no decir casi nulo.

       De entre los compositores e intérpretes de música popular que surgieron con fuerza en estos primeros años 60 hay dos a destacar muy especialmente: The Beatles y Bob DylanLos primeros fueron sin duda los que me llevaron de la mano al mundo de la música; todo empezó cuando contaba 15 años y estudiaba 6º de bachillerato, en un curso en el que estábamos en clase tan solo siete alumnos y durante el que disfrutamos de una libertad casi ilimitada. Fue entonces cuando se publicaron los discos de la película "A hard day’s night" y su escucha en el tocadiscos de que disponíamos en clase "para escuchar música clásica"  me conduciría también de la mano a todos los que The Beatles habían publicado anteriormente. Así me engancharía ya de por vida para disfrutar no solo de ésos, sino también de todos los los siguientes, en especial de los que creo que representan el culmen de su trabajo musical: "Beatles For Sale", "Revolver" y "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band".

       Estando en Preuniversitario me compré, gracias a mis primeros ingresos dando clases particulares, mi primer tocadiscos; era un tarugo de madera forrada de plástico de la marca Kolster, de color gris, monoaural, portátil, con un brazo elemental –y malo– pero que como era a lo máximo a lo que podía aspirar con mis limitados fondos, me supo a gloria. Con la compra del aparato me regalaron dos vinilos EP, que fueron los dos primeros discos que tuve y que aún conservo: el archifamoso "Satisfaction" de The Rolling Stones y "I got you babe" de Sony and Cher, dos exitazos del momento. Poco después encargué a mi compañero de curso Roberto que "como era rico" iba a Formigal a esquiar, que me trajera de la cercana Andorra y a buen precio varios discos de The Beatles: fueron uno de los dos EP publicados a partir del álbum "A hard day’s night" y los dos de la reciente película "Help": ni que decir tiene que el tandem Lennon y McCartney se convirtió desde entonces y para siempre en objeto de mi adoración.


Bob Dylan  y  Pete Seeger
      Casi en paralelo hice el segundo gran descubrimiento. Había escuchado alguna vez en el programa "Los 40 principales" de Tomás Martín Blanco y sobre todo, en "Caravana-Vuelo 605" de Ángel Álvarez, un tema extenso y lleno de buenas vibraciones que sosegaba mi angustiada alma adolescente; se trataba de "Like a Rolling Stone", de un tipo llamado Bob Dylan. No entendía casi nada de su letra, pero escuchar aquella música constituyó para mí una especie de catarsis, un absoluto flechazo musical, como si aquella canción la hubiera estado escuchando toda mi vida y formara desde siempre parte de mi memoria. No me planteé comprarlo, de hecho no recuerdo haber vuelto a comprar casi ningún disco por aquél tiempo, quizá por no parecer en casa un adicto a aquella música de melenudos contestatarios a los que tanto se criticaba por entonces en España, o quizá y más probablemente, por no tener un mal duro con el que hacerlo.

         Sin embargo un domingo de un año o dos después me acerqué por el Rastro y me encontré, entre un montón de discos usados, dos vinilos single, sin funda pero en perfecto estado y a un precio tan irrisorio que decidí comprarlos inmediatamente: se trataba precisamente de "Like a Rolling Stone" y "Gates of Eden" de Bob Dylan y "Mr. Tambourine man" y "Turn, turn, turn" de The Byrds. Los escuché una y mil veces y acabé cayendo irremediablemente en las redes de la música "dylaniana". Y así he seguido hasta ahora: Dylan nunca dejaría ya de atraerme, tanto por su trayectoria musical y personal como por la calidad de la gran mayoría de sus temas, convirtiéndose así en el gran mito musical de mi vida. No voy a mencionar títulos, porque el blog sería entonces inacabable.


        
        Al hilo de mi descubrimiento de Dylan y dado que sus primeros años se desarrollaron estrictamente como cantante folk, aparecieron en mi espectro musical otros grandes nombres de la música popular norteamericana. El principal fue, Pete Seeger, el gran icono de la música folk, al que se deben temas tan bellos como "Where have all the flowers gone?", "If I had a hammer", "This land is your land" y "Turn, Turn, Turn!", que fueron posteriormente interpretados por otros muchos grupos y cantantes. Seeger fue también quien popularizó el espiritual "We Shall Overcome", que se convertiría después en el himno de los luchadores por los derechos civiles en Estados Unidos. De otros de los muchos seguidores de Dylan, como The Byrds, Joan Baez o Peter, Paul and Mary siempre he admirado su capacidad para transformar los temas compuestos por Dylan –que resultan en ocasiones áridos y difíciles de acometer– en maravillosas baladas que deslumbran desde el primer momento en que se escuchan. 

        Aprovecharé ahora para comentar dos de los programas musicales que por entonces descollaron en el panorama radiofónico español: "Caravana musical-Vuelo 605" y "El Gran Musical", antecedente del actual "40 Principales". El primero comenzó a emitirse en 1960 en La Voz de Madrid, una de las emisoras de la llamada Red de Emisoras del Movimiento, para pasar después, y sucesivamente, por Radio Peninsular, Radio Madrid FM, Radio Minuto y M-80. Lo ponía en antena un presentador mítico, Ángel Álvarez (1917-2004), profesional de la aviación hasta el año 1960, que en sus innumerables vuelos a Estados Unidos como radiotelegrafista de la compañía Iberia fue recopilando gran número de vinilos imposibles de encontrar entonces en España; en 1960 comenzó su trayectoria como comentarista musical radiofónico con el espacio "Caravana musical", para pasar en 1963 a Radio Peninsular con el programa "Vuelo 605", que se emitía a diario a las tres de la tarde y que permaneció en antena bajo su dirección más de cuarenta años.


Ángel Álvarez, Tomás Martín Blanco, Rafael Reverte, José Mª Íñigo y Joaquín Luqui
         En sus programas difundía música ajena por entonces a los habituales circuitos comerciales, desde los grandes éxitos del rock y el pop británico y americano hasta el country, folk o blues, convirtiéndose así en auténtico precursor en la difusión de la música anglosajona en España, en un momento en que lo que predominaba en el mercado nacional era la copla, el folclore patrio y los temas melódicos de origen sudamericano, francés o italiano. Álvarez fue uno de los primeros en introducir en España la música de los grupos folk americanos, de los cantantes de country y de las máximas estrellas populares del momento, desde The Beatles a The Beach Boys y The Rolling Stones, a grupos psicodélicos como Jefferson Airplane o solistas como Janis Joplin, y por supuesto, Pete Seeger y el propio Bob Dylan.

          Semanalmente, Álvarez publicaba una lista con las canciones que habían sido más votadas por los oyentes; todas las que entraban en ella y que permanecían allí durante varias semanas se convertían en "Series Doradas", una especie de certificado de calidad que consiguieron varios cientos de ellas; el conjunto constituye un magnífico resumen de lo mejorcito de la música popular de aquellos años. Dos de los máximos exponentes de esas series doradas fueron precisamente Bob Dylan, que llegó a tener 59 series doradas y The Beatles, con 49 de ellas. Semanalmente se editaba una octavilla, distribuida gratuitamente en los departamentos de música de El Corte Inglés, que era considerada sagrada por los incondicionales del programa (yo mismo aún conservo algunas); en ella venían reseñas sobre las Series Doradas de Caravana-Vuelo 605 y la lista semanal o "hit parade" con los mejores discos del momento.

        Por su parte, "El Gran Musical" empezó a emitirse en la Cadena Ser en 1962 de la mano de Tomás Martín Blanco; se difundía los domingos a las 12 h., momento que recuerdo esperado semana tras semana desde mis 16 o 17 años. Por él desfilaron las más famosas figuras y los grandes éxitos de la canción, convirtiéndose en uno de los programas de mayor audiencia y en el impulsor de la música pop-rock en España. Martín Blanco permaneció al frente del programa hasta 1969, aunque desde 1966, tras incorporar a presentadores luego emblemáticos como Rafael Revert, José María Íñigo, Pepe Domingo Castaño, Miguel de los Santos, Pepe Cañaveras, Mariano de la Banda y Joaquín Luqui, se emitiría como "Los 40 Principales", llegándose a crear en 1987, dado el éxito, una emisora específica para ello, la Cadena 40 Principales.

        Volviendo al repaso de las grandes figuras de la música popular voy a referirme ahora a los norteamericanos que produjeron en mí un mayor impacto. Por un lado, la cantante folk Joan Baez (de voz singular y con multitud de temas de los que es autor tanto Dylan, desde "Farewell Angelina" a "It’s all over now, baby blue", como Pete Seeger o el legendario Woody Guthrie); la delicada Judy Collins ("Send in the clowns", "City of New Orleans"); Arlo Guthrie ("Percy's Song", "Deportee", "When a soldier makes it home") y el magistral grupo Peter, Paul and Mary ("Where have all the flowers gone?", "If I had a hammer", "Five hundred miles" o "Blowing in the wind" entre una amplísima lista de grandes interpretaciones).

Simon and Garfunkel, Patti Smith, Bob Dylan (Bonde on Blonde) y Leonard Cohen
      También he de destacar de aquel momento al grupo californiano The Mamas and The Papas ("Monday, Monday", "California dreaming"), al inigualable dúo Simon and Garfunkel ("Sounds of silence", "I am a rock", "Mrs. Robinson", "The Boxer", "Bridge over troubled waters", "Homeward Bound"), a James Taylor ("Carolina in my mind") y Carole King ("You've got a friend", "Will you love me tomorrow", "It's too late"), a Patti Smith («Because the Night», "People have the power") y al malogrado Jimmy Hendrix ("Hey Joe", "All along the watchover"). Y también a los australianos The Seekers ("I'll Never Find Another You", "A World of Our Own", "The Carnival Is Over", "Georgy Girl"), al canadiense Neil Young ("Heart of Gold", "Helpless") y a los británicos Donovan ("Catch the wind", "Colours", "Universal Soldier", "Mellow Yellow") y Albert Hammond ("It never rains in Southern California"). Entre los españoles asociados a este estilo mencionaré al grupo Nuestro Pequeño Mundo, con interesantes versiones de temas como "Oh Sinner man" y "The Drunken Sailor" entre otros.
     
Peter, Paul and Mary, The Mamas and The Papas, Jimmy Hendrix y Donovan
         Los años siguientes, mis años de universitario, servirían para afianzar mi devoción por The Beatles y Bob Dylan. Los primeros publicaron tres de sus grandes álbumes: "Rubber Soul" (1965), "Revolver" (1966) y el revolucionario "Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band" (1967); Dylan lanzó en 1966 un álbum doble definitivo, "Blonde on Blonde", del que conseguí la publicación americana a través de un compañero de curso en la Facultad de Físicas cuyo padre era piloto de Iberia. Esos mismos años me sirvieron además para descubrir, a través de los dos programas radiofónicos antes mencionados, a otros importantes autores e intérpretes, destacando grupos como The Herman Hermits ("Shilouettes", "No milk today", "East West", "There's a kind of hush", "Wonderful World"), The Bee Gees ("New York Mining Disaster 1941", "To love somebody", "World", "Words", "Massachusetts"), The Beach Boys ("California Girls", "Barbara Ann", "Sloop John B", "God only knows", "Good vibrations"), The Hollies ("Bus stop", "Carrie Anne", "Have you ever loved somebody"), The Moody Blues ("Nights in White Satin") o Manfred Mann ("Watermelon man", "Prety Flamingo", "Mighty Quinn").

        Y también a los míticos The Kinks ("You really got me", "All day and all of the night", "Sunny afternoon", "Lola", "Set me free"), Lovin’ Spoonful ("Summer in the city"), Spencer Davis Group ("Gimme some of loving", "Somebody help me", "Keep on running", "I’m a man"), The Tremeloes ("Silence is golden"), The Troggs ("Wild thing", "With a Girl Like You", "I Can't Control Myself"), Love Affair ("Everlasting Love"), Small Faces ("All or nothing", "Lazy Sunday") y The Monkees ("Last train to Clarkesville", "The Monkees", "Daydream believer", "I’m a believer"); todos los temas indicados irían incorporándose puntualmente a mi lista de elegidos.

    Llegó a su vez la música de otro tipo de formaciones y estilos, como el rhythm and blues o el soul, destacando Aretha Franklin, Otis Redding, Dione Warwick y Wilson Pickett; el sonido de la Tamla Motown, con Marvin Gaye, Percy Sledge, The Temptations, The Supremes, Martha and the Vandellas, The Four Tops y Stevie Wonder como emblemas; el country de Glen Campbell, Keny Rogers, Johnny Cash o Willie Nelson y la fusión country-rock de Creedence Clearwater Revival; el reggae de Bob Marley, la psicodelia de Janis Joplin, Jefferson Airplane, Grateful Dead o The Doors y un largo etcétera.


        Descubrí también entonces a otro de los grandes compositores norteamericanos al que nunca he dejado de admirar: Leonard Cohen, un poeta y cantautor canadiense que destacaba entonces con temas como "Suzanne" y "So Long Marianne" y que durante los años 80 publicaría trabajos fundamentales. Y fui de paso investigando cantantes y grupos cuyo éxito había tenido lugar a finales de los años 50 y principios de los 60 y que entonces, por ser aún yo muy crío, me habían pasado desapercibidos. De entre todos destacaré especialmente a The Everly Brothers (con temas tan deliciosos como "Bye Bye Love", "All I Have to Do Is Dream"), Del Shannon ("Runaway"), Ray Peterson ("Tell Laura I love her"), el gran Ray Charles ("Georgia on my mind", "What I’d say"), Roy Orbison ("You got it", "Only the Lonely", "Pretty Woman", "Crying"), a los rockeros por excelencia, Elvis Presley ("Don't Be Cruel", "Hound Dog", "Jailhouse Rock", "Can't Help Falling in Love", "Love Me Tender", "Suspicious Mind") y Chuck Berry ("Johnny B Goode", "You never can tell", "Rock and roll music", "Roll over Beethoven"), a Johnny Tillotson ("Poetry in motion") y a Paul Anka ("Diana", "The Young Ones", "Oh Carol").


       En torno a los 25 años llegaría mi tercer gran descubrimiento: la música clásica. Surgió a partir de una conversación con Ángel, un amigo de mi compañero de colegio Alberto que había estudiado música en el Conservatorio y que tocaba en la Banda de la Policía Municipal. Me habló de aquellos compositores que yo tenía guardados en la recámara desde los diez años, de las principales sinfonías y conciertos de Beethoven y Tchaikovsky, pero también de otros que yo creía que eran para mí totalmente desconocidos. Me habló de Brahms, de su sensible Tercera Sinfonía y de sus Danzas Húngaras, de Dvorák y su Sinfonía del Nuevo Mundo, de la Sinfonía nº 40 y del Concierto nº 21 para piano de Mozart, de Antonio Vivaldi y sus Cuatro Estaciones y de otros muchos que más tarde, al escucharlos, comprendí que conocía parcialmente, ya que pequeños cortes de muchas de sus obras figuraban, como siguen figurando hoy día, en la banda sonora de muchas películas y como música de fondo de anuncios e intermedios radiofónicos y televisivos.

        En 1976, recién entrado en mi cuarto y definitivo trabajo, me topé con el lanzamiento de una estupenda colección de vinilos LP del sello Deustche Gramophon, una serie limitada llamada Privilege con grabaciones de penúltima hornada, pero tan buenas y selectas como las más recientes de la marca. Con directores e intérpretes como Herbert von Karajan, Karl Bohm, Claudio Abbado, George Solti, Riccardo Muti, Zubin Metha, Leonard Bernstein, Otto Klemperer, Lorin Maazel, Mstislav Rostropovich, Karl Richter, Saint Martin on the Fields y las Filarmónicas de Berlín o Viena, ¡qué más se podía pedir y a un precio tan económico!

Sergei Rachmaninov y Herbert von Karajan
     Así que me lancé a la compra de muchos de ellos y me hice con una buena discoteca básica de música clásica. Naturalmente, su escucha no me decepcionó y con el tiempo fui descubriendo por mí mismo a otros grandes compositores: una parte de la extensísima obra de los más clásicos, como Bach, Haendel, Haydn, Albinoni y Mozart; y también a muchos de los románticos y posteriores precursores de la revolución musical del siglo XX, como Grieg, Dvorák, Mahler (en cuya música me interesé tras oír hablar excelencias sobre él a Alfonso Guerra durante una entrevista, y por supuesto, gracias a la banda sonora de la película de Luchino Visconti "Muerte en Venecia"), Liszt, Chopin, Rimsky-Korsakoff, Rachmaninov, Saint-Saëns, Mendelshon, Verdi, Wagner, Eric Satie o Prokofiev.

     Profundicé claro está, en las obras que mi amigo me indicó; pero también descubrí por mí mismo otras muchas que mejoraban incluso, para mi gusto, algunas de las que él me había recomendado. De entre todas, las grandes estrellas serían sin duda, las sinfonías 3ª, 5ª, 6ª, 7ª y 9ª de Beethoven, la 3ª Sinfonía de Brahms, las sinfonías 1ª y 5ª de Mahler, las sinfonías 5ª y 6ª y el concierto para piano de Tchaikovsky, las sinfonías 8ª y 9ª de Dvorák, el 2º Concierto para piano de Rachmaninov, el Concierto para Piano de Grieg y muchos de los conciertos de Mozart y su Requiem.    

      Durante la segunda mitad de los 70 y durante los 80, con más obligaciones familiares y profesionales y menos tiempo para el seguimiento de la música popular del momento, mi mayor interés se centró en profundizar en los clásicos. Aún así, no pasaron desapercibidos algunos de los nuevos valores musicales que surgieron durante ese tiempo, resaltando entre ellos a dos especialmente: Dire Straits, que liderados por el grandísimo Mark Knopfler, compusieron gran número de temas inolvidables ("Sultans of swing", "Money for nothing", "Brothers in arms", "Walk of life"), y R.E.M., que con Michael Stipe al frente crearon un nuevo estilo y magníficas canciones ("Man in the moon", "Find the river", "Loosing my religion"). Junto a ellos el ya mencionado Leonard Cohen, que seguía produciendo grandes obras; su estilo y su voz habían cambiado, pero sus tres álbumes de esa época, "Various Positions" (1984), "I'm Your Man" (1988) y "The Future" (1992) resultaron igualmente magistrales.

Mark Knopfler (Dire Straits), Michael Stipe (REM), Leonard Cohen, Mike Oldfield y Bruce Springsteen
       A otros muchos les iría conociendo por los grandes temas de su discografía, pero sin llegar a hacer nunca un seguimiento tan continuado y profundo de su obra. Destacaré a: Status Quo ("Wathever you want"), Jethro Tull ("Thick as a brick", "Aqualung"), The Guess Who ("American Woman"), Pink Floyd ("The wall", "Wish you were here"), The Doors ("Light my fire"), Eagles ("Hotel California", "One of these nights", "Take it easy", "Tequila Sunrise", "New Kid in the Town"), Chicago ("If you leave me now", "Hard to say I'm sorry"), America ("A horse with no name"), Supertramp ("Give a little bit", "The Logical Song", "Take the Long Way Home", "Breakfast in America"), Mike Oldfield ("Tubular bells", "The killing fields", "Moonlight shadow"), Rod Stewart ("Maggie May", "Sailing", "Baby Jane", "Still the same"), Elton John ("Your song", "Crocodile Rock", "Bennie and the Jets", "Candle In The Wind"), Sheryl Crow ("All I wanna do"), Police ("Every breath you take") o U2 ("One", "With or without you", "I still haven’t found what I'm looking for", "Sunday, bloody Sunday").

          Incluso artistas tan importantes como David Bowie, Led Zeppelin (cuyo "Stairway to Heaven" es portentoso) y especialmente, Bruce Springstein, pasaron para mí entonces algo desapercibidos; a excepción de aquellos temas que considero los mejores, tanto de aquéllos como de este último: "The River", "Born to run", "Born in the USA", "Dancing in the dark", "Tunnel of love", "Hungry heart" y "Streets of Philadelphia".
   
      Y hasta la famosa "Movida madrileña" pasaría por entonces para mí casi sin pena ni gloria. Muchos de los que destacaron entonces se han convertido con el paso de los años en grupos de culto, como ocurre con Alaska y Dinarama, Radio Futura, Nacha Pop, Hombres G, La Unión, Los Secretos y Gabinete Caligari, así como con los catalanes Loquillo y El Último de la Fila. Entre los temas que más tarde, pasados ya los 80, escuché con más interés se encuentran: la maravillosa "Chica de ayer" de Antonio Vega y Nacha Pop; "Déjame", "Pero a tu lado" y "Buena chica", de Los Secretos; "Cadillac solitario", "El Rompeolas" y "Rock and roll star", de Loquillo; "Qué hace una chica como tú en un sitio como éste" de Burning; "Ni tú ni nadie" y "A quién le importa" de Alaska y Dinarama; "Groenlandia" de Los Zombies; "Cuatro rosas" y "Camino Soria" de Gabinete Caligari; "Cuando brille el sol" y "Mil calles llevan hacia ti", de La Guardia; "Insurrección", "Pájaros de barro", "Lápiz y Tinta" y "Canta por mí" de El último de la Fila; y para acabar esta lista casi interminable, "Enamorado de la moda juvenil" de Radio Futura.

        Por supuesto que también The Rolling Stones estuvieron siempre ahí y muchos de sus temas figuran entre mi personal lista de favoritas y grandísimas canciones ("Satisfaction", "Carol", "Get off of my cloud", "Sympathy for the devil", "Paint it black", "Rubby tuesday", "Angie", "Jumpin Jack Flash", "Start me up", "Route 66", "Honky Tonk Woman", "Wild Horses"), pero como ya se puede haber deducido por lo escrito hasta aquí, yo era, en la famosa pugna Beatles vs. Rolling que se daba por entonces, decididamente beatle-maníaco.


      No olvidaré a los españoles de todos esos años, entre los que destaco a dos especialmente: Joaquín Sabina, poeta y cantautor indiscutible, escritor de temas bellísimos, complejos y llenos de inteligencia e ironía ("Calle Melancolía", "Pongamos que hablo de Madrid", "Princesa", "¿Quién me ha robado el mes de abril?", "Así estoy yo" –algún día he de ponerme a fondo con su discografía–) y el catalán Lluis Llach, emblemático cantautor del catalanismo militante y la oposición al franquismo ("L’estaca", "La gallineta", "El bandoler", "Com un arbre un", "I si canto trist", "La casa que vull", "Viatge a Itaca"). Y naturalmente, Joan Manuel Serrat, autor incombustible hasta nuestros días, y que en la primera parte de los años 70 ya había lanzado sus magistrales antologías sobre los poetas Antonio Machado y Miguel Hernández, así como el inconmensurable  "Mediterráneo".

Joan Manuel Serrat (Mediterráneo), Lluis Llach, Joaquín Sabina, Amaral, Los Secretos
       Avanzados los años 90 di con el cuarto gran descubrimiento musical: la ópera. Era éste un género que siempre había orillado, quizá por considerarlo una especie de lujo más propio de la "alta sociedad"; quizá por considerar, sin conocerlo, que se trataba de un lenguaje musical poco directo, muy forzado, de expresividad desproporcionada y de lentísimo desarrollo debido a su carácter teatral. El pistoletazo de salida probablemente me lo proporcionaran los famosos conciertos que dieron los "Tres tenores", Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, al hilo de algunos acontecimientos deportivos; escuchar sus maravillosas voces cantando arias seleccionadas ante un público numeroso y enfervorizado, me hizo empezar a poner atención en el asunto. Antes solo había comprado –y casi por aquello de "tener que tener"– algunas cassettes con coros y arias de las óperas más populares. Ahora decidí que había que dar un paso más allá y me hice con una buena colección de CDs y DVDs de las óperas principales de cada autor; dispuse así de gran parte del principal repertorio operístico y pude empezar a asistir cómodamente en casa a las representaciones de las óperas de Verdi, Puccini, Bizet, Mozart y Rossini. Un buen libro que recibí como regalo de Reyes, describiendo en detalle el argumento de cada ópera, fue sin duda un complemento fundamental en esta etapa.


         Descubrí también a la soberbia María Callas y su portentosa sensibilidad como soprano; con ella me pasó casi lo mismo que con Dylan, que sin proponérmelo se convirtió de forma automática en un mito, y aunque ella ya había muerto y sus grabaciones eran relativamente antiguas, el milagro de la remasterización acabó por poner en mis manos la mayor parte de sus arias y un buen número de sus óperas completas.

         Aún tengo sin embargo un autor muy significativo de ópera pendiente: Richard Wagner; las oberturas de sus óperas me resultan maravillosas, pero no me he llegado a atrever con las obras al completo, quizá por la complejidad de los temas que aborda, quizá por su larga duración. Pero todo se andará, ya que el comienzo ha sido alentador: "Tannhauser", que he visto en DVD hace pocas semanas, me ha parecido verdaderamente extraordinaria, una obra maestra tanto musical como teatralmente hablando.

           En todo caso, el resultado con la ópera fue similar al producido al escuchar cualquier otro tipo de música, pero con el añadido de "ver" y no solo escuchar los sentimientos, generalmente trágicos, plasmados en la actuación de los cantantes que interpretan a los personajes de la obra: la emoción que ello produce es algo inusual y superior a la simple audición de la pieza.

         Volviendo a la música ligera, de los últimos veinte años he de destacar a varios autores e intérpretes. Entre los españoles me ha interesado especialmente el dúo Amaral ("Sin ti no soy nada", "Te necesito", "Toda la noche en la calle", "Moriría por vos", "Estrella de mar", "Salir corriendo") y el trabajo de Los Secretos, antes y después de la muerte de Enrique Urquijo; entre los latinoamericanos, el extinguido grupo Los Rodríguez ("Milonga del marinero y el capitán", "Palabras más, palabras menos", "Aquí no podemos hacerlo", "Todavía una canción de amor"), el cantautor argentino Andrés Calamaro ("Alta suciedad", "Elvis está vivo") y el sensacional grupo mejicano Maná ("Rayando el sol", "Vivir sin aire", "No ha parado de llover", "En el muelle de San Blas").

Maná
       Entre los anglo-americanos señalaré a Celine Dion ("The Power of Love", "My heart will go on"), Eleanor McEvoy ("Only a woman's heart", sublime), Sinead O'Connor ("Nothing compares 2 U"), Jim Croce ("I Got  name", "Time in a bottle"), Phil Collins, en su etapa en solitario tras dejar el grupo Génesis ("In the Air Tonight", "Something happened on the way to Heaven", "Colours", "Another Day in Paradise"), Enya ("Watermark", "Orinoco Flow", "Caribbean Blue"), el grupo Wet, wet, wet ("Love is all around"), Josh Rouse ("Quiet town", "Sad eyes") y los irlandeses The Cranberries, con Dolores O'Riordan a la cabeza ("Zombie", "Ode to my family", "Just my imagination", "Salvation") y The Corrs ("Forgiven, not forgotten", "Only When I Sleep", "What Can I Do?").     
           

     El siglo XXI no podía ser menos y ha traído consigo nuevas experiencias musicales. La primera fue la asistencia periódica a los conciertos del Auditorio Nacional; abonado a un par de magníficos ciclos de autores clásicos pude asistir en directo a las interpretaciones de muchas de las más grandes piezas sinfónicas de las que antes solo había podido disfrutar en grabaciones. La experiencia, aunque ahora de forma algo menos continuada que durante los periodos de abonado, sigue viva, tanto en el propio Auditorio Nacional como en el Teatro Monumental, actual sede de la orquesta sinfónica de RTVE.



        La segunda ha sido el paso dado para convertirme, ahora yo, en un humilde intérprete de temas musicales de los años 60-90, a través del grupo musical 4on60's (Four on Sixties), donde toco la batería. Por fin, la plasmación de un sueño que empezó allá atrás, siendo aún adolescente; el ciclo ha quedado así ahora cerrado.

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