Ayer
conocí por casualidad y casi de pasada a Coínta, una joven de tan solo ¡86 años!
que dedica como guía algo de su tiempo dando a conocer a grupos de niños las
riquezas que atesora el madrileño Museo Cerralbo; un museo que nos muestra, en
el palacete de D. Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo
(1845-1922), aventurero decimonónico, insigne carlista y gran coleccionista, la
ingente cantidad de piezas que fue acumulando a lo largo de su vida.
El tal marqués recorrió toda Europa y
reunió una inmensa colección de cerca de medio millón de piezas, entre las que
se cuentan muchísimas obras de arte (pintura, escultura, dibujo, cerámica, miniaturas),
mobiliario (lámparas, muebles de todo tipo, relojes, alfombras y tapices),
monedas, joyas, multitud de armas y armaduras y hasta muchos restos
arqueológicos. El propio edificio es además buen ejemplo de residencia palaciega
de la aristocracia de la época, con su recoleto jardín, la gran escalinata y las
bellas salas a que da acceso, su gran comedor y el magnífico salón de baile,
decorado profusamente, con un hermosísimo reloj "mágico" y grandes
lámparas de cristal veneciano. Todo marcado por un decidido "horror
vacui" que hace que el visitante se vea constantemente asombrado ante la
inmensidad de la colección acumulada.
Pero por encima de la colección, allí
estaba ella, Coínta, chiquita, educada, tranquila, dirigiendo a su pequeño
grupo de niños sin levantar un ápice la voz, dulcemente, sin problema alguno de
disciplina con aquellos niños y niñas que la seguían dócilmente, mientras atendían
a todas sus explicaciones. Alguno exclamó un "¡Ahí va!" asombrado al
ver el salón de baile y ella, tranquila, dulce, le respondió con un
"¡Claro!", como si aquello que tenían ante sus inocentes ojos fuera
lo más habitual y natural del mundo. Sólo le faltó dar un par de pasos de baile
en aquél esplendoroso salón, en el que ella, sin dudarlo, habría brillado con su
encanto.
Uno de nosotros habló con ella un rato
largo, –no en vano se vio sorprendido por su nada habitual nombre, precisamente
el mismo de su hija–, otros simplemente confirmamos con ella algún que otro dato
histórico y... hubo hasta quien casi hizo por acompañarla cuando enseñaba los relojes
para complementar su labor pedagógica con los chavales.
Una mujer con carácter,
sencilla, solidaria y encantada con su labor que a todos nos dejó impresionados
y de la que no quería pasar hoy por aquí sin reseñar su encuentro. Un remanso de paz, sensibilidad y compromiso
entre tanto bocazas, tanta tontería, mala fe y futilidad como el día a día nos ofrece.
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