jueves, 23 de marzo de 2017

De museo


Ayer conocí por casualidad y casi de pasada a Coínta, una joven de tan solo ¡86 años! que dedica como guía algo de su tiempo dando a conocer a grupos de niños las riquezas que atesora el madrileño Museo Cerralbo; un museo que nos muestra, en el palacete de D. Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo (1845-1922), aventurero decimonónico, insigne carlista y gran coleccionista, la ingente cantidad de piezas que fue acumulando a lo largo de su vida.

      El tal marqués recorrió toda Europa y reunió una inmensa colección de cerca de medio millón de piezas, entre las que se cuentan muchísimas obras de arte (pintura, escultura, dibujo, cerámica, miniaturas), mobiliario (lámparas, muebles de todo tipo, relojes, alfombras y tapices), monedas, joyas, multitud de armas y armaduras y hasta muchos restos arqueológicos. El propio edificio es además buen ejemplo de residencia palaciega de la aristocracia de la época, con su recoleto jardín, la gran escalinata y las bellas salas a que da acceso, su gran comedor y el magnífico salón de baile, decorado profusamente, con un hermosísimo reloj "mágico" y grandes lámparas de cristal veneciano. Todo marcado por un decidido "horror vacui" que hace que el visitante se vea constantemente asombrado ante la inmensidad de la colección acumulada.



     Pero por encima de la colección, allí estaba ella, Coínta, chiquita, educada, tranquila, dirigiendo a su pequeño grupo de niños sin levantar un ápice la voz, dulcemente, sin problema alguno de disciplina con aquellos niños y niñas que la seguían dócilmente, mientras atendían a todas sus explicaciones. Alguno exclamó un "¡Ahí va!" asombrado al ver el salón de baile y ella, tranquila, dulce, le respondió con un "¡Claro!", como si aquello que tenían ante sus inocentes ojos fuera lo más habitual y natural del mundo. Sólo le faltó dar un par de pasos de baile en aquél esplendoroso salón, en el que ella, sin dudarlo, habría brillado con su encanto.  



     Uno de nosotros habló con ella un rato largo, –no en vano se vio sorprendido por su nada habitual nombre, precisamente el mismo de su hija–, otros simplemente confirmamos con ella algún que otro dato histórico y... hubo hasta quien casi hizo por acompañarla cuando enseñaba los relojes para complementar su labor pedagógica con los chavales.
     Una mujer con carácter, sencilla, solidaria y encantada con su labor que a todos nos dejó impresionados y de la que no quería pasar hoy por aquí sin reseñar su encuentro. Un remanso de paz, sensibilidad y compromiso entre tanto bocazas, tanta tontería, mala fe y futilidad como el día a día nos ofrece.

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