sábado, 28 de enero de 2017

Arranca 2017


Uno pensaba que lo que llevamos de siglo XXI había traído ya suficiente destrucción, sufrimiento y muerte a este enloquecido mundo. Nueva York, Londres, Madrid, Gaza, Iraq, Afganistán, Guantánamo, el Sahel, Bruselas, París, Niza, Estambul... La lista es interminable.

      Pensaba también que los ocho últimos años de intensa crisis económica habrían ya supuesto el culmen de la regresión hacia épocas que el mundo occidental parecía haber superado tras las dos terribles guerras mundiales y la "pacífica" Guerra Fría. Creía que los hitos conseguidos tras mucho penar, como la abolición de la esclavitud, la incorporación de la mujer al mundo laboral y los avances en la igualdad de género, las conquistas sociales más significativas como la escolarización obligatoria, las vacaciones pagadas, las pensiones, los límites a la duración de la jornada laboral, la universalización del Estado del Bienestar, tanto en educación como en sanidad y dependencia, o el imperio de la ley que caracteriza al Estado de Derecho en nuestras democracias, serían elementos que habrían quedado de forma definitiva incrustados de forma consustancial a nuestra cultura y modo de vida.
      Creía en todo ello pero voy poco a poco dándome cuenta de que no soy en el fondo más que un pobre e inocente soñador que sin fundamento alguno pensaba que los cambios siempre se encaminaban a la mejora global, a garantizar tanto los actuales como nuevos y más avanzados derechos, a asumir por todos de forma solidaria, meditada y comprometida, los deberes y responsabilidades personales, a avanzar en la concordia y el entendimiento entre naciones, culturas y razas -no entre religiones, algo imposible, ya que ahí no hay razonamiento alguno- para luchar por erradicar la violencia y mejorar en igualdad. Nunca para retornar, como entreveo que va a acabar sucediendo, a la época de los dinosaurios.

      Y sin embargo, visto el deprimente final de 2016 y el descorazonador comienzo de 2017, lo que parece más probable es que consigamos llegar en no mucho tiempo a una nueva Edad de Piedra, de piedra de alta tecnología, satélites e internet, de piedra de armamento nuclear y guerra sofisticada, de piedra incrustada de titanio y grafeno sí, pero de piedra al fin y al cabo.

      Los males vividos durante la crisis, que hace unos años nuestros mandatarios aseguraban que se superarían en torno a 2016, ahí siguen, ya en 2017 y por muchos años más. Ni el paro (especialmente en España) se va a solucionar, ni los empleos de mierda van a transformarse en empleos de calidad, ni la emigración o los refugiados van a encontrar un lugar seguro y pacífico donde asentarse, ni las tensiones independentistas se van a resolver, ni los pobres serán menos pobres ni a los ricos se les limitará su riqueza.

      ¿Hay hoy lugar para la esperanza? Con un presidente estadounidense recién investido que se propone levantar un muro de 3000 Km. en la frontera mexicana, que pretende para colmo que lo pague ese país vecino, al que excluye y aísla, y que considera perfectamente admisible una "tortura suave" como la del ahogamiento simulado; con una mandataria británica que asume, sin haberlo defendido, el compromiso –obtenido en un refrendo en que se usaron malas artes y donde los defensores del Brexit engañaron a los votantes con información y promesas falsas– de abandono de la Unión Europea; con países como EEUU y Rusia que juegan al ratón y al gato en el proceso negociador de una paz que nunca llega para la diezmada y aterrorizada población siria; con políticos de toda Europa central (desde franceses y holandeses hasta austríacos, húngaros o polacos), que se siguen dejando comer el terreno por xenófobos fascistas herederos de la terrible ideología ultranacionalista
que asoló Europa no hace aún hoy ni 80 años; con unos gobernantes de estados federados o autonómicos que se plantean ir contra todas las reglas que la Constitución de sus países establece, sin importarles llevar a sus gentes al enfrentamiento, la separación, la ruptura familiar, la segregación o el racismo; y con unos representantes ciudadanos corrompidos hasta el tuétano, cuya único objetivo es acumular riqueza, a ser posible detraída del erario público, y que se permiten, tanto en declaraciones a la prensa como en sus propios enjuiciamientos criminales –cuando llegan– insultar a la ciudadanía utilizando la novedosa técnica de la posverdad, riéndose de sus acusadores e inventando términos falaces como "contabilidad extracontable", "sociedad visillo" o "finiquito en diferido" y que no cesan de realizar operaciones rocambolescas de pura rapiña... ¿adónde vamos?

      Es tal el asco y la desesperación que produce ver lo que nos rodea que la tendencia de uno puede casi de forma inevitable ser la de pensar en aislarse, en olvidarse de la política y lo que ella y sus factotums acarrean sobre la ciudadanía, y dedicarse sencilla y llanamente a cerrar los ojos y soportar sin resistencia, a sobrevivir a la ignominia del entorno. Dejar pasar el tiempo, disfrutar de lo que se tiene al margen de lo que les ocurra a los demás, sean desplazados, parados, desahuciados, pobres o paupérrimos, olvidarse de su desgracia y su sufrimiento y dejar que el tiempo corrija con su inevitable devenir, todo el mal que los poderosos del momento –mortales aún, menos mal– van a conseguir colocarnos, día a día, a golpe de decreto, durante los próximos años.

      Sé que ese no debe ser el camino a seguir, que es preciso no estar dispuesto a transigir y que cada uno, dentro de sus posibilidades y en la forma y medida en que pueda, ha de plantar cara a la situación y dificultar y hasta impedir que esta gentuza que hoy se cree dios, se salga con la suya. No, mientras los buenos aún sigamos respirando. Pero, señor, ¡es tan difícil, resulta tan desesperante!...   
                 

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