jueves, 26 de enero de 2017

Barroco madrileño


Ayer miércoles nuestro habitual marcha campestre se transformó en un paseo urbano para recorrer algunos de los monumentos del barroco madrileño; y ciertamente, la experiencia no defraudó. 
        Iniciamos el recorrido ante la fachada churrigueresca del Hospicio de San Fernando, edificio construido en 1722 por Pedro de Ribera y que tras muchos años de laboriosa restauración fue transformado en 2014 en Museo de Historia de Madrid (antes, desde 1929, fue Museo Municipal); el museo expone en una de sus salas la gran maqueta del Madrid del siglo XVIII realizada por el ingeniero militar León Gil de Palacio entre los años 1828 y 1830.
Hospicio
      Seguidamente, tras pasar por la plaza de San Ildefonso, visitamos la Iglesia de San Antonio de los Alemanes (1606), de Pedro Sánchez, Francisco Seseña y Juan Gómez de Mora. De reciente restauración, tiene todas sus paredes, bóveda y cúpula cubiertas con monumentales frescos y trampantojos de Lucas Jordán, Carreño Miranda y Francisco Ricci; es de planta oval y una gran riqueza decorativa, y sus paredes vienen a conformar un inmenso retablo donde se plasman escenas de la vida de San Antonio.
       Una vez atravesadas la Gran Vía -tan en boca de todos durante las pasadas fechas navideñas- y la Plaza de Santo Domingo, llegamos al Monasterio de la Encarnación, construido por Juan Gómez de Mora entre 1611 y 1616 y decorado por Ventura Rodríguez. No fue posible visitarlo, dado que el acceso es muy limitado por haber aún monjas residiendo en su interior, de modo que nos dirigimos sin más a la Plaza de Oriente, donde pudimos admirar sus dos obras artísticas principales: el Palacio Real y la escultura ecuestre de Felipe IV. La Plaza de Oriente donde se encuentran ambos monumentos fue diseñada,  –tras diversos intentos fallidos–, por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer en 1844, construyéndose los edificios que la conforman a partir de 1851, una vez finalizado el edificio del Teatro Real al que dan abrigo.
San Antonio de los Alemanes

     El Palacio Real es obra de Filippo Juvara y Juan Bautista Sachetti y fue levantado entre 1738 y 1755, en el lugar en que antes estuvo el Alcázar Real, que había sido destruido por un incendio en la Nochebuena de 1734. Su construcción fue ordenada por el primer rey Borbón, Felipe V, no terminándose hasta el fin del reinado de Fernando VI, aunque el primero en habitarlo sería Carlos III en el año 1764. Eran justo la doce del mediodía y allí asistimos al cambio de la Guardia Real.

    La estatua ecuestre de Felipe IV fue encargada al escultor italiano Prieto Tacca, aunque en su desarrollo participaron también otros dos artistas y un científico: el escultor Juan Martínez Montañés, que modeló el busto del rey; el pintor Diego Velázquez, que hizo el retrato que sirvió de modelo a Montañés; y Galileo Galilei, que hizo los estudios técnicos que aseguraron el equilibrio y estabilidad de la obra. El caballo está en posición de corveta y el rey lleva en su mano derecha la bengala de general; la parte posterior de la obra es de bronce macizo, mientras que la parte delantera está hueca.

      Nuestra siguiente escala fue la Basílica de San Francisco el Grande, obra iniciada por Francisco Cabezas y finalizada por Antonio Pló (la cúpula) y Francesco Sabatini (la portada). Se construyó entre 1761 y 1784 y su cúpula, de 57 metros de altura y 33 de diámetro, es la cuarta mayor de las existentes en el mundo (por este orden: el Panteón de Agripa de Roma, de 43 metros; la Basílica de San Pedro del Vaticano, con 42 metros; y la catedral de Santa María dei Fiore de Florencia, de 41,5 metros). Construida bajo la advocación de Santa María de los Ángeles, en su interior, aparte de una profusa decoración barroca, hay pinturas de artistas como Goya y Ribera, una excelente sillería del coro, rejerías de incalculable valor y un gran órgano. La basílica es de planta central, con vestíbulo y ábside y rodeada de seis capillas. La cubierta se compone de una gran cúpula y seis pequeños domos, correspondientes a cada una de las citadas capillas. La fachada principal es neoclásica, con tres arcos de medio punto sujetos por pilastras dóricas; en el segundo cuerpo domina el orden jónico y el conjunto se remata en su parte superior con un frontón triangular central y una balaustrada.


     La Capilla Mayor, en el ábside, y hasta la reforma de finales del siglo XIX, se encontraba presidida por un lienzo de Francisco Bayeu que representa la aparición de Jesucristo y la Virgen a San Francisco de Asís, cuadro que está situado actualmente en el coro. La cabecera la presiden hoy cinco pinturas murales con episodios de la vida de San Francisco; la media bóveda que sirve de cubierta al ábside está decorada con pinturas de José Marcelo Contreras y estatuas de los cuatro Evangelistas talladas en madera policromada que imitan bronce. En torno al ábside está la sillería renacentista del coro, tallada en nogal en 1527 y procedente del monasterio segoviano de Santa María del Parral; todos sus asientos (estalos) están decorados y disponen de "misericordias" (breves asientos simulados en los que se recostaban los monjes durante la oración) decoradas con formas grotescas.
    De las seis capillas laterales destacaremos lo siguiente:
1) Capilla de San Antonio de Padua, de estilo neoplateresco, con pinturas al óleo sobre yeso, entre las que destaca la central, única pintura de Francisco de Goya en este templo ("San Bernardino predicando a la corte de Alfonso V de Aragón") y donde el pintor se autorretrata.  
2) Capilla de Santiago, cuya pintura central, de Casado del Alisal, representa la reconquista de la ciudad de Clavijo en el año 844, con Santiago Matamoros al frente; en su altar están representados los escudos de las órdenes militares de entonces (cruces de las órdenes de Malta, Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara). 
3) Capilla del Altar de Carlos III, cuya pintura central es una alegoría sobre la Orden de Carlos III y representa a la patrona de esa institución, la Inmaculada Concepción, imponiendo al rey el collar de la orden. Los tres ángeles, a diferencia de la iconografía angelical de colores blancos, azules y pastel, visten de amarillo y rojo, un guiño del pintor al rey que instituyó los colores rojo y amarillo como colores de la bandera de España. 
4) Capilla de San Antonio de Padua, con un cuadro de la Inmaculada Concepción de Mariano Salvador Maella, maestro de Goya, y otro que representa el abrazo entre San Francisco y Santo Domingo, de José del Castillo. A la izquierda se alza una Sagrada Familia de Gregorio Ferro, donde la figura principal es San José, algo muy poco habitual; esta capilla fue la que se utilizó desde 1869 como Panteón de Hombres Ilustres. 
5) Capilla de la Virgen del Olvido, dedicada a la Reina María de las Mercedes, en la que destaca la reja, que al igual que las de todas las capillas de la basílica, fue diseñada por Juan González en estilo modernista y fabricada con hierro dulce; es uno de los accesorios más costosos de todo el templo.
6)  Capilla de la Pasión, utilizada sólo en Semana Santa para exponer el "monumento"; de estilo neo-bizantino, el cuadro de la derecha es obra del sevillano José Moreno Carbonero, maestro de Salvador Dalí, y representa el “Sermón de la montaña”; en el centro hay una Crucifixión en la que destaca la posición de los pies, apoyados sobre un pedestal y con dos clavos, con el cuerpo de Cristo rígido y recordando la iconografía románica. A la derecha hay una pintura de Antonio Muñoz Degrain, maestro de Picasso, con una escena del Santo Sepulcro.     

        Finalmente, un poco de historia de una basílica que ha pasado por múltiples avatares durante toda su existencia. Pocos años después de su construcción, durante el reinado de José I Bonaparte (1808-1813), la basílica fue cuartel militar; más tarde, y debido a su forma circular, se pensó en convertirla en Asamblea de Cortes, plan que no se llevaría a cabo. En 1836, tras la desamortización de Mendizábal, se expulsó a los monjes franciscanos y el edificio quedó en manos del Estado (hoy es propiedad del Ministerio de Asuntos Exteriores). Un año después, se barajó la posibilidad de convertirlo en Panteón de Hombres Ilustres, pero la iniciativa no se materializó hasta 1869, cuando albergó durante cinco años los restos de personajes como Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), Garcilaso de la Vega, Juan de Mena, el conde de Aranda, Gravina, Quevedo, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Calderón de la Barca. Tras volver a su función religiosa, sería el coche fúnebre que se llevaba los restos de este dramaturgo el primer vehículo en atravesar, en 1874, el recién inaugurado viaducto de la calle Bailén, construido para comunicar el Palacio Real y la basílica, salvando el fuerte desnivel de la calle de Segovia. Durante la Guerra Civil la basílica fue depósito de obras de arte y del mobiliario del Palacio Real y terminada la contienda fue usada para actos religiosos de carácter oficial por el franquismo. A lo largo del siglo XX se han sucedido las reformas; por fin, en noviembre de 2001 y tras décadas en obras, la iglesia volvió a abrirse al público, y en 2006 fueron desmontados los andamios que aún estaban instalados en el interior y desde los que los restauradores procedían a la recuperación de las pinturas murales.

     Y no nos dio tiempo a mucho más barroco. Teníamos la intención de tomar un vermú en el Mercado de San Miguel y allá que fuimos de cabeza, como paso previo a una comida típica gaditana en el restaurante La Caleta. En el camino, y casi sin pararnos, pasamos por la Plaza Mayor, con la estatua ecuestre de Felipe III (de Juan de Bolonia y Pietro Tacca) en su punto central, la Plaza y Palacio de Santa Cruz (Juan Gómez de Mora, 1629-1636), la plaza de Tirso de Molina y el Palacio del Marqués de Perales del Río (Pedro de Ribera, año 1732), hoy sede de la Filmoteca Nacional.  

            En definitiva, y para acabar, una magnífica jornada y una estupenda forma de aprovechar la heladora mañana de invierno que ayer hizo; bien acompañados, rodeados de monumentos y magníficamente comidos y bebidos. ¡Salud para todos!

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