Ayer
miércoles nuestro habitual marcha campestre se transformó en un paseo urbano
para recorrer algunos de los monumentos del barroco madrileño; y ciertamente,
la experiencia no defraudó.
Iniciamos el recorrido ante la
fachada churrigueresca del Hospicio de San Fernando, edificio construido en
1722 por Pedro de Ribera y que tras muchos años de laboriosa restauración fue
transformado en 2014 en Museo de Historia de Madrid (antes, desde 1929, fue
Museo Municipal); el museo expone en una de sus salas la gran maqueta del
Madrid del siglo XVIII realizada por el ingeniero militar León Gil de Palacio
entre los años 1828 y 1830.
Hospicio |
Seguidamente,
tras pasar por la plaza de San Ildefonso, visitamos la Iglesia de San Antonio
de los Alemanes (1606), de Pedro Sánchez, Francisco Seseña y Juan Gómez de
Mora. De reciente restauración, tiene todas sus paredes, bóveda y cúpula
cubiertas con monumentales frescos y trampantojos de Lucas Jordán, Carreño
Miranda y Francisco Ricci; es de planta oval y una gran riqueza decorativa, y
sus paredes vienen a conformar un inmenso retablo donde se plasman escenas de
la vida de San Antonio.
Una vez atravesadas la Gran Vía -tan
en boca de todos durante las pasadas fechas navideñas- y la Plaza de Santo
Domingo, llegamos al Monasterio de la Encarnación, construido por Juan Gómez de
Mora entre 1611 y 1616 y decorado por Ventura Rodríguez. No fue posible
visitarlo, dado que el acceso es muy limitado por haber aún monjas residiendo
en su interior, de modo que nos dirigimos sin más a la Plaza de Oriente, donde
pudimos admirar sus dos obras artísticas principales: el Palacio Real y la
escultura ecuestre de Felipe IV. La Plaza de Oriente donde se encuentran ambos
monumentos fue diseñada, –tras diversos
intentos fallidos–, por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer en 1844,
construyéndose los edificios que la conforman a partir de 1851, una vez
finalizado el edificio del Teatro Real al que dan abrigo.
San Antonio de los Alemanes |
El Palacio Real es obra de Filippo
Juvara y Juan Bautista Sachetti y fue levantado entre 1738 y 1755, en el lugar
en que antes estuvo el Alcázar Real, que había sido destruido por un incendio
en la Nochebuena de 1734. Su construcción fue ordenada por el primer rey Borbón, Felipe V, no terminándose hasta el fin del reinado de Fernando VI, aunque el
primero en habitarlo sería Carlos III en el año 1764. Eran justo la doce del
mediodía y allí asistimos al cambio de la Guardia Real.
La estatua ecuestre de Felipe IV fue
encargada al escultor italiano Prieto Tacca, aunque en su desarrollo
participaron también otros dos artistas y un científico: el escultor Juan
Martínez Montañés, que modeló el busto del rey; el pintor Diego Velázquez, que
hizo el retrato que sirvió de modelo a Montañés; y Galileo Galilei, que hizo
los estudios técnicos que aseguraron el equilibrio y estabilidad de la obra. El
caballo está en posición de corveta y el rey lleva en su mano derecha la
bengala de general; la parte posterior de la obra es de bronce macizo, mientras
que la parte delantera está hueca.
Nuestra siguiente escala fue la
Basílica de San Francisco el Grande, obra iniciada por Francisco Cabezas y
finalizada por Antonio Pló (la cúpula) y Francesco Sabatini (la portada). Se
construyó entre 1761 y 1784 y su cúpula, de 57 metros de altura y 33 de
diámetro, es la cuarta mayor de las existentes en el mundo (por este orden: el
Panteón de Agripa de Roma, de 43 metros; la Basílica de San Pedro del Vaticano,
con 42 metros; y la catedral de Santa María dei Fiore de Florencia, de 41,5
metros). Construida bajo la advocación de Santa María de los Ángeles, en su
interior, aparte de una profusa decoración barroca, hay pinturas de artistas
como Goya y Ribera, una excelente sillería del coro, rejerías de incalculable valor
y un gran órgano. La basílica es de planta central, con vestíbulo y ábside y
rodeada de seis capillas. La cubierta se compone de una gran cúpula y seis
pequeños domos, correspondientes a cada una de las citadas capillas. La fachada
principal es neoclásica, con tres arcos de medio punto sujetos por pilastras
dóricas; en el segundo cuerpo domina el orden jónico y el conjunto se remata en
su parte superior con un frontón triangular central y una balaustrada.
La Capilla Mayor, en el ábside, y
hasta la reforma de finales del siglo XIX, se encontraba presidida por un
lienzo de Francisco Bayeu que representa la aparición de Jesucristo y la Virgen
a San Francisco de Asís, cuadro que está situado actualmente en el coro. La
cabecera la presiden hoy cinco pinturas murales con episodios de la vida de San
Francisco; la media bóveda que sirve de cubierta al ábside está decorada con
pinturas de José Marcelo Contreras y estatuas de los cuatro Evangelistas
talladas en madera policromada que imitan bronce. En torno al ábside está la
sillería renacentista del coro, tallada en nogal en 1527 y procedente del
monasterio segoviano de Santa María del Parral; todos sus asientos (estalos)
están decorados y disponen de "misericordias" (breves asientos
simulados en los que se recostaban los monjes durante la oración) decoradas con
formas grotescas.
De las seis capillas laterales
destacaremos lo siguiente:
1) Capilla de San Antonio de Padua, de estilo
neoplateresco, con pinturas al óleo sobre yeso, entre las que destaca la
central, única pintura de Francisco de Goya en este templo ("San
Bernardino predicando a la corte de Alfonso V de Aragón") y donde el
pintor se autorretrata.
2) Capilla de
Santiago, cuya pintura central, de Casado del Alisal, representa la reconquista
de la ciudad de Clavijo en el año 844, con Santiago Matamoros al frente; en su
altar están representados los escudos de las órdenes militares de entonces
(cruces de las órdenes de Malta, Santiago, Calatrava, Montesa y
Alcántara).
3) Capilla del Altar de
Carlos III, cuya pintura central es una alegoría sobre la Orden de Carlos III y
representa a la patrona de esa institución, la Inmaculada Concepción,
imponiendo al rey el collar de la orden. Los tres ángeles, a diferencia de la
iconografía angelical de colores blancos, azules y pastel, visten de amarillo y
rojo, un guiño del pintor al rey que instituyó los colores rojo y amarillo como
colores de la bandera de España.
4)
Capilla de San Antonio de Padua, con un cuadro de la Inmaculada Concepción de Mariano
Salvador Maella, maestro de Goya, y otro que representa el abrazo entre San
Francisco y Santo Domingo, de José del Castillo. A la izquierda se alza una
Sagrada Familia de Gregorio Ferro, donde la figura principal es San José, algo
muy poco habitual; esta capilla fue la que se utilizó desde 1869 como Panteón
de Hombres Ilustres.
5) Capilla de la
Virgen del Olvido, dedicada a la Reina María de las Mercedes, en la que destaca
la reja, que al igual que las de todas las capillas de la basílica, fue
diseñada por Juan González en estilo modernista y fabricada con hierro dulce;
es uno de los accesorios más costosos de todo el templo.
6) Capilla de la Pasión, utilizada sólo en Semana
Santa para exponer el "monumento"; de estilo neo-bizantino, el cuadro
de la derecha es obra del sevillano José Moreno Carbonero, maestro de Salvador
Dalí, y representa el “Sermón de la montaña”; en el centro hay una Crucifixión
en la que destaca la posición de los pies, apoyados sobre un pedestal y con dos
clavos, con el cuerpo de Cristo rígido y recordando la iconografía románica. A
la derecha hay una pintura de Antonio Muñoz Degrain, maestro de Picasso, con
una escena del Santo Sepulcro.
Finalmente, un poco de historia de
una basílica que ha pasado por múltiples avatares durante toda su existencia.
Pocos años después de su construcción, durante el reinado de José I Bonaparte
(1808-1813), la basílica fue cuartel militar; más tarde, y debido a su forma
circular, se pensó en convertirla en Asamblea de Cortes, plan que no se
llevaría a cabo. En 1836, tras la desamortización de Mendizábal, se expulsó a
los monjes franciscanos y el edificio quedó en manos del Estado (hoy es
propiedad del Ministerio de Asuntos Exteriores). Un año después, se barajó la
posibilidad de convertirlo en Panteón de Hombres Ilustres, pero la iniciativa
no se materializó hasta 1869, cuando albergó durante cinco años los restos de
personajes como Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), Garcilaso de la
Vega, Juan de Mena, el conde de Aranda, Gravina, Quevedo, Ventura Rodríguez,
Juan de Villanueva y Calderón de la Barca. Tras volver a su función religiosa,
sería el coche fúnebre que se llevaba los restos de este dramaturgo el primer
vehículo en atravesar, en 1874, el recién inaugurado viaducto de la calle
Bailén, construido para comunicar el Palacio Real y la basílica, salvando el
fuerte desnivel de la calle de Segovia. Durante la Guerra Civil la basílica fue
depósito de obras de arte y del mobiliario del Palacio Real y terminada la
contienda fue usada para actos religiosos de carácter oficial por el franquismo.
A lo largo del siglo XX se han sucedido las reformas; por fin, en noviembre de
2001 y tras décadas en obras, la iglesia volvió a abrirse al público, y en 2006
fueron desmontados los andamios que aún estaban instalados en el interior y
desde los que los restauradores procedían a la recuperación de las pinturas
murales.
Y no nos dio tiempo a mucho más barroco.
Teníamos la intención de tomar un vermú en el Mercado de San Miguel y allá que
fuimos de cabeza, como paso previo a una comida típica gaditana en el
restaurante La Caleta. En el camino, y casi sin pararnos, pasamos por la Plaza
Mayor, con la estatua ecuestre de Felipe III (de Juan de Bolonia y Pietro
Tacca) en su punto central, la Plaza y Palacio de Santa Cruz (Juan Gómez de
Mora, 1629-1636), la plaza de Tirso de Molina y el Palacio del Marqués de
Perales del Río (Pedro de Ribera, año 1732), hoy sede de la Filmoteca Nacional.
En definitiva, y para acabar, una
magnífica jornada y una estupenda forma de aprovechar la heladora mañana de
invierno que ayer hizo; bien acompañados, rodeados de monumentos y
magníficamente comidos y bebidos. ¡Salud para todos!
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