martes, 27 de diciembre de 2016

Granada y Córdoba

Viajar dos veces en un año a Granada y Córdoba no ha sido cosa vana. La primera fue en primavera, en el mes de junio, tras haber realizado en la sierra de Cazorla una preciosa marcha siguiendo el curso del río Borosa y tras recorrer después el Caminito del Rey, un circuito que aún siendo espectacular, no me resultó tan impactante como esperaba, a la vista de los vídeos que circulan por YouTube realizados por gente aventurera que arriesgaba su vida al recorrerlo hasta hace relativamente poco, dado el lamentable estado de abandono y destrozo en que se hallaba.

       Ese primer viaje, realizado con tres de mis amigos y habituales compañeros de caminatas, Carlos, Manolo e Hilario, comenzó en las monumentales ciudades de Baeza y Úbeda. Tras pernoctar en pleno corazón de Cazorla y recorrer durante la mañana del día siguiente la totalidad del río Borosa, llegamos a Granada con el tiempo suficiente como para disfrutar de un hermoso atardecer mientras cenábamos en un restaurante del Albaicín, justo enfrente de la Alhambra, algo digno de un documental de la revista National Geographic. Al día siguiente y durante toda la mañana, recorrimos detenidamente el que probablemente sea el monumento español más visitado: el Generalife y sus jardines y la Alhambra y sus palacios.


      
       La siguiente escala fue Antequera, punto idóneo desde el que accedimos a la zona situada entre los términos municipales de Ardales y Álora, donde el río Guadalhorce ha labrado el conocido como Desfiladero de los Gaitanes; por allí discurre, siguiendo la margen izquierda del río, la línea del ferrocarril Córdoba-Málaga, que fue inaugurada en el año 1866; en la margen derecha se encuentra el Caminito del Rey, una pasarela pegada a los riscos y abierta al precipicio que fue construida entre 1901 y 1905. El caminito parte desde la misma línea férrea, cruza el desfiladero mediante un puente y continúa después a lo largo de todo el desfiladero.

    El rey Alfonso XIII visitó en 1921 este paraje, cuando se inauguró la presa del Conde de Guadalhorce; recorrió parte del camino, que desde entonces  se conoce como Caminito del Rey. El camino recorre el desfiladero prácticamente a la misma altura que la línea del ferrocarril y alcanza en algunos puntos la altura de 105 metros sobre el nivel del agua. Resulta sin duda espectacular, aunque dada la magnífica obra de reconstrucción recientemente realizada, no hay ni el menor asomo del vértigo que su anterior estado aseguraba. Finalizado el recorrido y tras degustar una estupenda porra antequerana nos dirigimos a Córdoba, donde teníamos reservada una visita nocturna a la Mezquita; visita cuya nocturnidad nada aportó y en la que para colmo, el cabildo catedralicio incluye unas muy rechazables dosis de espiritualismo proselitista. Pero la Mezquita –sin desdeñar en absoluto la catedral cristiana inserta en ella– está muy por encima de esos intentos y su historia y su belleza merecen siempre la visita.

      El segundo viaje lo hemos realizado Blanca y yo durante las fiestas navideñas, cumpliendo un doble objetivo: disfrutar de ambas ciudades nuevamente –Granada y Córdoba, por si no lo he dicho– y obviar en lo posible algunas de las para mí cargantes celebraciones de esas fechas. Sin aglomeración alguna –aunque siempre haya grupos de chinos, es inevitable–, hemos visitado con calma y sin agobios sus dos principales monumentos, recorriendo pausada y tranquilamente calles y lugares de interés y disfrutando de su espléndida cocina.



     
        El tiempo ha acompañado y la vista de la Alhambra desde el mirador y la torre de San Nicolás, con la Sierra Nevada –nevada a tope– al fondo, ha sido irrepetible. Lo mismo en posición inversa, desde la Alhambra; ver en día tan soleado y claro desde la Torre de la Vela la sierra, el Albaicín, el Sacromonte y toda la ciudad de Granada, en el extremo occidental de la Alcazaba, ha sido toda una experiencia. Los jardines del Generalife, debido a la estación, no tenían flores, pero el murmullo de sus fuentes y el olor de naranjos y arrayanes sustituían ampliamente la carencia de colores.
     Por buscar tan solo un punto oscuro en todo el recorrido, mencionaré la pena de no haber podido ver en todo su esplendor el Patio de los Leones, ya que parte del mismo está siendo restaurado. Pero el resto, tanto palacios como patios y jardines, y gracias a la fuerte luminosidad del día, nos mostró toda su riqueza, la gran variedad de formas y de adornos, la extremada complejidad decorativa. Para acabar con el deleite, ahí estaban además, tras la visita cultural, la mesa y la cocina "granaínas", desde las suculentas tapas hasta la sopa de picadillo, las habitas rehogadas, el delicioso "pescaito" y los típicos piononos de Santa Fé.


      
         En Córdoba el máximo exponente turístico ha sido sin duda la Mezquita, que esta vez recorrimos de día, sin interferencias ni llamamientos de carácter evangélico-proselitista. Al haber poca afluencia de visitantes pudimos recorrer cómodamente todo el recinto, visualizando con claridad las diferentes zonas del mismo y que se corresponden con la construcción original de Abderramán I, las tres ampliaciones debidas a Abderramán III, Al-Hakam II y Almanzor y la intervención cristiana posterior con la construcción de la Capilla de Villaviciosa y la Capilla Real (el resto de capillas laterales, verdadero desaguisado barroco propio del afán eclesial por ocupar el máximo de espacios para entontecer a la gente en busca de la intercesión de vírgenes, santos y beatos, y obtener de paso la limosna asociada, fue por supuesto, olímpicamente ignorado). 
  
     
          Finalmente, y también en Córdoba, la cocina ha jugado un buen papel, y el salmorejo, la mazamorra, las berenjenas con miel de caña, el rabo de toro y el jamón ibérico han sido grandes protagonistas. La vuelta a casa, cómoda y sin atascos, deparó por último una buena experiencia culinaria en la población de Valdepeñas, donde nuevamente la sopa de picadillo, las migas de pastor y unas chuletillas de lechal tan propias de la época cerraron el viaje como se merecía.  

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