He meditado
en las últimas fechas –al hilo de las consecuencias que ha provocado en su vida
diaria el ictus sufrido por una cuñada y de la muerte del gran músico y poeta Leonard
Cohen–, sobre lo inestable del equilibrio vital al que ya muchos nos estamos
acercando, sobre la cercana inmersión en la vejez y la aparición en el horizonte
de la muerte, y muy en especial, sobre lo que yo desearía hacer o que se
desencadenase en caso de no poder tomar decisiones por mí mismo, si en algún
momento se produjera en mí una situación de invalidez irreparable.
Antes de seguir, y ya que le he mencionado, no quiero dejar de rendir
un tributo de afecto y admiración a mi querido Leonard Cohen, al que descubrí
gracias a mi amigo Rafa allá por el año 1970, cuando aún estaba caliente la
edición de su primer álbum, "Songs of Leonard Cohen", el que contiene
dos de sus temas míticos: "Suzanne" y "So Long Marianne"; y
al que no dejé de admirar, en especial durante los años 80 y 90, junto a mi
otro amigo ya perdido, Antonio, con la publicación de los que para mí son sus
tres obras maestras: los álbumes "Various positions", "I'm your man"
y "The Future". Gracias por la enorme belleza musical que nos has
regalado y por la emoción y sensibilidad que has transmitido a nuestras almas
con tus sentidas interpretaciones.
Volviendo al tema que hoy me ocupa he
de decir que, como les pasa a la mayoría de los mortales, deseo vivir muchos, muchísimos
años, pero... siempre que mis facultades físicas y psíquicas, no se hayan visto
radicalmente mermadas, es decir, siempre que pueda disfrutar de una vida reflexiva,
medianamente autónoma e independiente. Asumo la inevitabilidad de la torpeza
física, de la imposibilidad de viajar, de los dolores y achaques propios de la
edad, incluso de la reducción parcial de la memoria y los sentidos y de la
completa autonomía de la que ahora disfruto (y bien que me cuesta decirlo, porque
me asusta pensar que en algún momento tenga que prescindir de mis habituales
caminatas, de la batería y del automóvil) y siempre y cuando esa merma en mis
capacidades no suponga para quienes me rodean un serio problema o un condicionante
para el libre desarrollo de sus vidas.
Cuando pienso en la pérdida total de
la memoria o en la incapacidad para el raciocinio y el entendimiento, lo que
conlleva quizá también de forma inevitable la pérdida de la conciencia y de los
sentimientos, creo que, lo queramos o no, la vida está acabada. Porque lo que uno
ha sido y pueda seguir siendo –bueno o malo, mejor o peor– lo es en función de la
capacidad de pensar, de reflexionar y analizar, de relacionarse, de tomar
decisiones, de traer desde la memoria a personas a las que se ha conocido y se
ama, de rememorar hechos y circunstancias que se han protagonizado y por las
que se ha caminado a lo largo de la vida. Sin nada de eso, el yo desaparece, y
aunque uno respete que para otros no sea así y que quieran aferrarse a la vida
a toda costa y sea cual fuere su estado físico y mental, mi opinión es que en
tales condiciones no merece la pena vivir; yo de esa forma no deseo en modo
alguno seguir viviendo.
En España aún no existe legislación
en torno a la eutanasia; y aunque cabe pensar que al igual que ya ocurre en algunos
países, la eutanasia pueda llegar a ser incorporada en el curso de los próximos
años a nuestra legislación, no sé si a mí me llegará a alcanzar ni si me dará
tiempo a poder ejercer ese derecho en caso de necesitarlo. Sí existe sin
embargo el denominado "testamento
vital" y a eso es a lo que al menos y desde ahora quiero acogerme. Un testamento
que permite especificar qué tratamientos y cuidados se quieren recibir cuando
se llegue a una situación en la que no se sea capaz de expresarlo personalmente,
así como si, tras el fallecimiento, se desea donar órganos.
El testamento vital sirve para dar
las instrucciones que uno desea que se sigan si se produce una situación de
dependencia en la que por ejemplo, se necesite la ayuda de otras personas para
realizar las actividades básicas de la vida diaria (vestirse, alimentarse, controlar
cuando ir al servicio, etc.); se expresa con él que si se llega a una situación
en la que no se sea capaz de pronunciarse personalmente sobre los cuidados y el
tratamiento a seguir tras padecer una situación de dependencia irreversible, la
voluntad del testador es la de no seguir viviendo en tales circunstancias y
desde luego, que no se prolongue de un modo artificial su vida, permitiéndosele
morir con dignidad. El testamento queda depositado en el Registro de
Instrucciones Previas y puede accederse a él a
través del historial médico del paciente.
En mi caso, y siguiendo las líneas
básicas de los documentos consultados para realizar un testamento vital, las
situaciones clínicas en que deseo se considere esa voluntad son las siguientes:
1. Enfermedad incurable
avanzada, de curso progresivo y con afectación a la autonomía y calidad de vida y
que evolucionará hacia la muerte a medio plazo
2. Enfermedad terminal, avanzada,
en fase evolutiva irreversible, con pérdida de la autonomía y un pronóstico de
vida de pocos meses, en un contexto de fragilidad progresiva
3.
Situación de agonía anterior
a la muerte, producida de forma gradual y con deterioro físico intenso,
debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la conciencia,
dificultad de la relación e ingesta y pronóstico de vida de días u horas
En tales situaciones la atención
médica que deseo se me aplique es la siguiente:
1. Deseo
finalizar mi vida sin la aplicación de técnicas
de soporte vital, respiración
asistida o cualquier otra medida extraordinaria que esté dirigida a prolongar mi supervivencia
artificialmente; si ya hubieran comenzado a aplicarse, deseo que estas medidas
se retiren y que el esfuerzo terapéutico sea respetuoso con mi voluntad aquí
expresada
2. Deseo que
se me proporcionen los tratamientos
necesarios para paliar el dolor físico o psíquico o cualquier
síntoma que produzca una angustia intensa y ello mediante la administración de
los fármacos necesarios que alivien el sufrimiento y ayuden a morir en paz,
especialmente –aun en el caso de que pueda acortar mi vida– la sedación
paliativa
3. Rechazo
recibir medicamentos o tratamientos
complementarios y que se me realicen pruebas o procedimientos diagnósticos si en nada van a mejorar mi
recuperación o aliviar mis síntomas
4. Si la legislación hubiese regulado ya el derecho a morir con dignidad
mediante eutanasia, es mi voluntad morir de forma rápida e indolora, de
conformidad con la regulación establecida al efecto
5. Si algún profesional responsable de mi asistencia se declarase objetor de
conciencia con respecto a alguna de mis instrucciones, solicito sea sustituido por
otro profesional, garantizando tanto el respeto a sus convicciones como mi
derecho a que se respete la voluntad que aquí dejo expresada
Finalmente, y en lo relativo a la utilización de mi cuerpo una vez fallecido,
deseo donar todos los órganos que puedan utilizarse para ser trasplantados a
otras personas que los necesiten y que en su defecto sean dedicados a la
investigación médica o científica.
Transcribo, para acabar, un bello poema
del gran José Saramago:
Que, ¿cuántos años tengo? ¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o a lo
desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Unos dicen que ya soy viejo, otros "que estoy en
el apogeo".
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros
viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!...
¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión
deseada.
Y otras... un remanso de paz,
como el atardecer en la playa.
Que, ¿cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas...
valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin
miedos,
para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.
Que, ¿cuántos años tengo?
Eso... ¿a quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
aprendí a querer lo necesario y a tomar sólo lo bueno.
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