domingo, 11 de diciembre de 2016

Testamento Vital


He meditado en las últimas fechas –al hilo de las consecuencias que ha provocado en su vida diaria el ictus sufrido por una cuñada y de la muerte del gran músico y poeta Leonard Cohen–, sobre lo inestable del equilibrio vital al que ya muchos nos estamos acercando, sobre la cercana inmersión en la vejez y la aparición en el horizonte de la muerte, y muy en especial, sobre lo que yo desearía hacer o que se desencadenase en caso de no poder tomar decisiones por mí mismo, si en algún momento se produjera en mí una situación de invalidez irreparable.

            Antes de seguir, y ya que le he mencionado, no quiero dejar de rendir un tributo de afecto y admiración a mi querido Leonard Cohen, al que descubrí gracias a mi amigo Rafa allá por el año 1970, cuando aún estaba caliente la edición de su primer álbum, "Songs of Leonard Cohen", el que contiene dos de sus temas míticos: "Suzanne" y "So Long Marianne"; y al que no dejé de admirar, en especial durante los años 80 y 90, junto a mi otro amigo ya perdido, Antonio, con la publicación de los que para mí son sus tres obras maestras: los álbumes "Various positions", "I'm your man" y "The Future". Gracias por la enorme belleza musical que nos has regalado y por la emoción y sensibilidad que has transmitido a nuestras almas con tus sentidas interpretaciones.   


            Volviendo al tema que hoy me ocupa he de decir que, como les pasa a la mayoría de los mortales, deseo vivir muchos, muchísimos años, pero... siempre que mis facultades físicas y psíquicas, no se hayan visto radicalmente mermadas, es decir, siempre que pueda disfrutar de una vida reflexiva, medianamente autónoma e independiente. Asumo la inevitabilidad de la torpeza física, de la imposibilidad de viajar, de los dolores y achaques propios de la edad, incluso de la reducción parcial de la memoria y los sentidos y de la completa autonomía de la que ahora disfruto (y bien que me cuesta decirlo, porque me asusta pensar que en algún momento tenga que prescindir de mis habituales caminatas, de la batería y del automóvil) y siempre y cuando esa merma en mis capacidades no suponga para quienes me rodean un serio problema o un condicionante para el libre desarrollo de sus vidas.

            Cuando pienso en la pérdida total de la memoria o en la incapacidad para el raciocinio y el entendimiento, lo que conlleva quizá también de forma inevitable la pérdida de la conciencia y de los sentimientos, creo que, lo queramos o no, la vida está acabada. Porque lo que uno ha sido y pueda seguir siendo –bueno o malo, mejor o peor– lo es en función de la capacidad de pensar, de reflexionar y analizar, de relacionarse, de tomar decisiones, de traer desde la memoria a personas a las que se ha conocido y se ama, de rememorar hechos y circunstancias que se han protagonizado y por las que se ha caminado a lo largo de la vida. Sin nada de eso, el yo desaparece, y aunque uno respete que para otros no sea así y que quieran aferrarse a la vida a toda costa y sea cual fuere su estado físico y mental, mi opinión es que en tales condiciones no merece la pena vivir; yo de esa forma no deseo en modo alguno seguir viviendo.

            En España aún no existe legislación en torno a la eutanasia; y aunque cabe pensar que al igual que ya ocurre en algunos países, la eutanasia pueda llegar a ser incorporada en el curso de los próximos años a nuestra legislación, no sé si a mí me llegará a alcanzar ni si me dará tiempo a poder ejercer ese derecho en caso de necesitarlo. Sí existe sin embargo el denominado "testamento vital" y a eso es a lo que al menos y desde ahora quiero acogerme. Un testamento que permite especificar qué tratamientos y cuidados se quieren recibir cuando se llegue a una situación en la que no se sea capaz de expresarlo personalmente, así como si, tras el fallecimiento, se desea donar órganos.

            El testamento vital sirve para dar las instrucciones que uno desea que se sigan si se produce una situación de dependencia en la que por ejemplo, se necesite la ayuda de otras personas para realizar las actividades básicas de la vida diaria (vestirse, alimentarse, controlar cuando ir al servicio, etc.); se expresa con él que si se llega a una situación en la que no se sea capaz de pronunciarse personalmente sobre los cuidados y el tratamiento a seguir tras padecer una situación de dependencia irreversible, la voluntad del testador es la de no seguir viviendo en tales circunstancias y desde luego, que no se prolongue de un modo artificial su vida, permitiéndosele morir con dignidad. El testamento queda depositado en el Registro de Instrucciones Previas y puede accederse a él a  través del historial médico del paciente.

            En mi caso, y siguiendo las líneas básicas de los documentos consultados para realizar un testamento vital, las situaciones clínicas en que deseo se considere esa voluntad son las siguientes:

1.   Enfermedad incurable avanzada, de curso progresivo y con afectación a la autonomía y calidad de vida y que evolucionará hacia la muerte a medio plazo

2.    Enfermedad terminal, avanzada, en fase evolutiva irreversible, con pérdida de la autonomía y un pronóstico de vida de pocos meses, en un contexto de fragilidad progresiva

3.     Situación de agonía anterior a la muerte, producida de forma gradual y con deterioro físico intenso, debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la conciencia, dificultad de la relación e ingesta y pronóstico de vida de días u horas

            En tales situaciones la atención médica que deseo se me aplique es la siguiente:

1.    Deseo finalizar mi vida sin la aplicación de técnicas de soporte vital, respiración asistida o cualquier otra medida extraordinaria que esté dirigida a prolongar mi supervivencia artificialmente; si ya hubieran comenzado a aplicarse, deseo que estas medidas se retiren y que el esfuerzo terapéutico sea respetuoso con mi voluntad aquí expresada  

2.     Deseo que se me proporcionen los tratamientos necesarios para paliar el dolor físico o psíquico o cualquier síntoma que produzca una angustia intensa y ello mediante la administración de los fármacos necesarios que alivien el sufrimiento y ayuden a morir en paz, especialmente –aun en el caso de que pueda acortar mi vida– la sedación paliativa

3.     Rechazo recibir medicamentos o tratamientos complementarios y que se me realicen pruebas o procedimientos diagnósticos si en nada van a mejorar mi recuperación o aliviar mis síntomas

4.    Si la legislación hubiese regulado ya el derecho a morir con dignidad mediante eutanasia, es mi voluntad morir de forma rápida e indolora, de conformidad con la regulación establecida al efecto

5.      Si algún profesional responsable de mi asistencia se declarase objetor de conciencia con respecto a alguna de mis instrucciones, solicito sea sustituido por otro profesional, garantizando tanto el respeto a sus convicciones como mi derecho a que se respete la voluntad que aquí dejo expresada
             Finalmente, y en lo relativo a la utilización de mi cuerpo una vez fallecido, deseo donar todos los órganos que puedan utilizarse para ser trasplantados a otras personas que los necesiten y que en su defecto sean dedicados a la investigación médica o científica.

              Transcribo, para acabar, un bello poema del gran José Saramago:

Que, ¿cuántos años tengo?  ¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o a lo desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Unos dicen que ya soy viejo, otros "que estoy en el apogeo".
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!...
¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras... un remanso de paz,
como el atardecer en la playa.
Que, ¿cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas...
valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos,
para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.
Que, ¿cuántos años tengo?
Eso... ¿a quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
aprendí a querer lo necesario y a tomar sólo lo bueno.

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