Hace tres
días España se ha acostado por fin con un gobierno plenamente establecido, tras
más de 300 días ausente y en funciones. Durante tan largo periodo de tiempo los
problemas en España se han agudizado sin descanso (hucha de las pensiones
arruinada, aumento de los contratos basura, proceso independentista catalán en
pleno avance, enorme número de familias y niños en riesgo de exclusión y
hambre, nuevos recortes exigidos por Bruselas, constante desafío del paro
juvenil) y los que afectan al mundo en general, y en especial a nuestro entorno
europeo y mediterráneo han crecido hasta casi el paroxismo (campaña
presidencial norteamericana, con un impresentable Donald Trump liderando en
ocasiones las encuestas y con una candidata oponente que deja también mucho que
desear, con una devastadora guerra en Siria y con sus terribles consecuencias
de muerte, destrucción y refugiados, con un constante crecimiento del yihadismo
terrorista y con miles de jóvenes africanos ahogados por el hundimiento de las
pateras con que se lanzan a cruzar el mar Mediterráneo).
Mientras, nuestros partidos
políticos se han dedicado durante casi un año a pelearse, no solo entre ellos,
sino también internamente, olvidando el objetivo de cuantos les habíamos
elegido en un par de ocasiones: formar gobierno, legislar para sacarnos
definitivamente de la crisis, dar solución a los problemas de desempleo y
laborales, iniciar un proceso que ajuste de forma definitiva la estructura
territorial de España, mejorar la sanidad y la educación, tan afectadas por los
recortes presupuestarios de los últimos seis años, cambiar España. Y hacer un
plan y el necesario esfuerzo para de una maldita vez transformar esta sociedad
enferma que parece creer que la corrupción no le afecta a ella sino solo a los
políticos y mandamases, que es cada día más maleducada e insolidaria, que a
pesar de lo que digan los partidos de izquierda resulta ser cada vez más
irrespetuosa con lo público y que solo parece estar dispuesta a respetar lo
privado, lo vigilado, lo que puede suponer, ante una infracción evidente, un
riesgo de multa o de sanción; e incluso, a veces, ni aún eso.
¿O qué son si no, las artimañas y
engaños al hacer cada año la declaración de la renta, las chapuzas sin factura,
los trabajos mitad con y mitad sin IVA, el mantenimiento de las SICAV y de las
operaciones financieras de dudosa legalidad, la especulación con la vivienda
pública, los contratos laborales falsos o leoninos que encubren situaciones de
semi-esclavitud, las tarjetas black descontroladas de los grandes mangantes que
dirigen nuestros bancos, las puertas giratorias y los sueldos de por vida de
nuestros políticos, el abandono de la Universidad y la investigación...? ¿Y la
mugre y la suciedad de nuestras calles y jardines, los chicles, colillas y
papeles que junto a las mierdas de perro enfangan nuestro entorno urbano, las
papeleras a explotar y los contenedores rodeados de basura y de excrementos,
las huelgas de alumnos y padres para eliminar los deberes escolares arguyendo
cosas tan peregrinas y demenciales como que tales deberes impiden la
convivencia de los padres con sus hijos o que imposibilitan ir a visitar a los
abuelos, los botellones incontrolados de los fines de semana, con resultado
incluso de muerte por coma etílico, la contaminación extrema de nuestros ríos,
mares y ciudades...?
¿Cómo es que los políticos no se
sienten obligados por pura vergüenza torera, ya que no por la responsabilidad
de su cargo, a visitar los barrios de quienes les eligen, a detectar día tras
día las acciones asociales de quienes atentan contra la salud pública y que
normalmente quedan impunes; a pelear por mejorar la formación, urbanidad y
buenas formas de sus conciudadanos? Es un escándalo de tal magnitud que no me
extraña que cada vez sea mayor el número de abstencionistas, de votantes en
blanco, de frustrados como yo por lo que se ve en nuestras calles y por lo que
se oye día a día en nuestros informativos. ¿Para qué votar si después lo
prometido no se cumple, si no se observa mejora alguna, si los políticos están
cada vez más alejados de la a sociedad que forman sus supuestos representados?
Así que ¡enhorabuena, nuevo y flamante
gobierno del Estado! Ocupen señoras y señores ministros sus poltronas y
dedíquense, como casi siempre, a no hacer nada; sigan el ejemplo de su actual
jefe y dentro de tres o cuatro años hagan balance y expónganos los éxitos de su
gestión. Y tranquilos, porque nosotros seguiremos aquí -sordos-, les votaremos nuevamente -ciegos-, y
alimentaremos entre todos -mudos-, la monumental mentira en que juntos
seguiremos para siempre aquí metidos.
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