Empiezo mi paseo matinal desde el
lugar habitual de aparcamiento y atravieso la Ciudad Universitaria y el Parque
del Oeste hasta llegar a la Casa de Campo; desde allí avanzo hasta el lago y
tras pasar por la Huerta de la Partida y el Palacio de Vargas alcanzo el metro
de Príncipe Pío. Desde allí, mediante la línea Circular retorno a la Ciudad
Universitaria.
El Parque del Oeste nació a finales del siglo XIX, por iniciativa de los alcaldes
Manuel Mariategui y Vinyals (alcalde entre 1892-94) y Alberto Aguilera (alcalde
en tres ocasiones, 1901, 1906 y 1909); se encargó el diseño inicial al director
de Jardines y Plantíos del Ayuntamiento, el ingeniero agrónomo Celedonio
Rodrigáñez (1860-1913). Los terrenos sobre los que se construyó formaban parte
de la llamada Tierra de San Antonio, una zona en la entrada de Madrid que se
usaba como vertedero y que recogía las aguas del arroyo de San Bernardino. El
proyecto arrancó en 1893 y terminó en 1906; en su interior, una cascada
aprovechaba el desnivel del terreno y junto a ella, un templete de música
permitía amenizar las jornadas de asueto de los madrileños. Se acotó una zona
de unas 36 Ha en torno al arroyo de San Bernardino, desde los muros de la
Cárcel Modelo (que ocupó el Ejército del Aire tras finalizar la guerra) hasta
las cercanías de la Estación del Norte (hoy de Príncipe Pío). En esa primera
fase el parque ocupaba las actuales calles de Moret y Séneca, quedando el
actual Paseo de Camoens englobado en el interior del parque. Situado el parque
en un abrupto talud sobre el río Manzanares, el diseño respondió al estilo de
jardín inglés, de carácter paisajista, con fuertes desniveles, caminos sinuosos
y extensas praderas. En 1906 se inició la segunda fase, en dirección a la
Montaña de Príncipe Pío, añadiéndose sobre los terrenos existentes junto al
Paseo del Pintor Rosales tres hectáreas adicionales y finalizándola en 1914.
Durante
la Guerra Civil el parque fue línea de frente, se abrieron trincheras y se
construyeron hasta veinte bunkers para ametralladoras, tres de los cuales –
todos del bando nacional– aún pueden verse en su parte norte. El parque quedó
arrasado y sería el que fuera muchos años antes Jardinero Mayor del
Ayuntamiento, Cecilio Rodríguez (1865-1953), quien se encargase de su
reconstrucción. Se terminó a finales de la década de los 40, respetándose el
carácter paisajista del parque, el tipo de plantaciones y el trazado de
caminos. Después, el parque se ha ido adaptando a las transformaciones
urbanísticas que se produjeron durante los años 50 a 70 en Madrid,
incorporándose nuevos monumentos y espacios como la Rosaleda (1956), el
Teleférico (1969), el Templo de Debod y sus jardines (1972), la Escuela de Arte
Francisco Alcántara y la Escuela Municipal de Cerámica (1984).
Aparte
de sus hermosos paseos y praderas, del bello estanque, la ría y la Fuente de la
Salud y de los magníficos ejemplares de árboles
que posee, en el parque se encuentran monumentos dedicados a varios
libertadores y escritores latinoamericanos, a Jaime I el Conquistador, a la
infanta Isabel ("La Chata", hija de la reina Isabel II), al maestro,
a los escritores Concepción Arenal y Miguel Hernández, al general Cassola, al
maestro Quiroga, al pintor Rosales, a Paul Harris, fundador del Rotary Club, a
la educadora Elena Fortún y al doctor Federico Rubio y Galí. En 1985 fue
declarado Parque Histórico.
Dada
la belleza del parque, y teniendo en cuenta el terrible estado en que se
encontraba en 1939, he dedicado hoy tiempo a realizar un amplio reportaje
fotográfico. También, y no menos importante, porque este parque tiene para mí
recuerdos imborrables de la infancia, pues acudía allí en ocasiones con mi
madre, siempre cargada con su sillita plegable y con la labor de costura que entonces
tuviera ella entre manos.
Tras
el paseo por el parque he llegado a la Casa de Campo y siguiendo el Anillo
Ciclista he alcanzado el Lago, que por ser ya algo tarde no he querido rodear. He
continuado hacia la salida que hay frente al Puente del Rey, no sin antes ver
la restauración recién acabada de un tramo del acueducto que construyó Sabatini
en torno a 1778 para alimentar de agua la Huerta de la Partida, que servía para
abastecer de hortalizas a la familia Vargas, cuyo palacio se encuentra justo
enfrente.
De
modo que estos paseos, que ayudan a
fortalecer el cuerpo y que sirven también para meditar, nos regalan en ocasiones
el descubrimiento de parajes, de hechos y lugares históricos que teniéndolos a
cuatro pasos de nuestra casa ni sospechábamos que ahí estaban. Todo un
placer, todo un lujo.
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