domingo, 28 de agosto de 2016

ÓPERA

Hablábamos hoy Paula y yo sobre el viaje que acaba de realizar a Budapest y que tanto le ha gustado y al hilo de ello ha salido el tema de la ópera. Porque ha estado visitando el magnífico Teatro de la Ópera que alberga la ciudad y allí asistió al pequeño recital que la visita guiada ofrece a visitantes y turistas: dos de las arias más conocidas, una de Verdi ("Libiamo", de La Traviata) y otra de Puccini ("Oh mio babbino caro", de Gianni Schicchi).


       Comentábamos sobre la necesidad o no de disponer del libreto para poder escuchar y entender bien la ópera que se representa y yo le decía que a mí no me parecía en absoluto necesario; si la representación es en directo, lo habitual es que una pantalla situada próxima al escenario nos muestre el texto cantado en nuestro idioma; y si es por televisión o vídeo, siempre se incluyen subtítulos. Ya hace años fuimos juntos a la representación de dos óperas incluidas en los espectáculos que se organizan en Madrid con el marchamo de "Veranos de la Villa"; estuvimos viendo Norma y La Flauta Mágica, dos obras señeras de sus respectivos autores, Bellini y Mozart, y ambas pudimos seguirlas a la perfección mediante los textos que aparecían en pantalla.


       De modo que aparte de tener una idea general sobre la trama de la obra, lo que de verdad importa es la sensibilidad que uno tenga hacia este tipo de espectáculo. Porque salvo en los casos de ópera cómica o "buffa" –los menos– en general la temática operística gira en torno a grandes dramas y tragedias o sobre hechos históricos y mitológicos, con una duración que habitualmente sobrepasa las dos horas, llegando en ocasiones, como ocurre con alguna de las óperas de Wagner a superar las tres horas de representación. Esa larga duración, el hecho de sean pocos los coros y arias de cada ópera que habitualmente conocemos (quizá la excepción sea Carmen), el que las partes declamadas y recitativos ocupen la mayor parte de la obra y el que sus textos muchas veces se repitan hasta la extenuación, hacen que para muchos la ópera resulte insoportable.

       Por tanto lo que precisa el espectador de ópera es cambiar por un tiempo sus prioridades –lo que entendemos por cambiar el chip–, olvidarse del tiempo, entrar en la trama, identificarse con la sensibilidad de cada uno de los cantantes-protagonistas, vivir la representación teatral integrándola con la aportación emocional que da la música y sufrir con los que sufren, llorar con quienes lloran, amar con los que aman. Conviene también, y si es posible, elegir a los intérpretes, de modo que no nos resulte difícil identificar el papel representado con el actor-cantante que lo representa, ya sea por la juventud o vejez del personaje, por su belleza o su fealdad, su espíritu cruel y despiadado o pleno de bondad. Es un espectáculo integral y en él todos los detalles importan. Y es tan complejo y tan emocionante que difícilmente una ópera puede dejarnos indiferentes.          

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