martes, 9 de agosto de 2016

Monte de El Pardo

Mi otro jardín particular, mucho más extenso y salvaje que la Dehesa de la Villa, y tan espectacular en primavera, cuando las jaras se visten de fiesta y hacen que todo se tapice de nieve gracias a sus blancas y moteadas flores, es el Monte de El Pardo. Un jardín que descubrí hace muchos, muchos años, y al que acudo casi semanalmente, ya sea con mis amigos "correcaminos", solo, o con mi hija.

      Varios son los recorridos que ofrece, siendo el más sencillo y accesible el que sigue la margen izquierda del río Manzanares, partiendo de la entrada al Parque Deportivo Somontes, donde se encuentra también un amplio chiringuito y un cartelón anunciador de la ruta. Este primer recorrido avanza por una pista llana y soleada –quizá en exceso en el verano– para alcanzar, tras unos tres kilómetros de marcha la localidad de El Pardo. Desde allí se continúa a lo largo de otros dos kilómetros y medio más hasta alcanzar la presa del Embalse de El Pardo, junto a la colonia de Mingorrubio. En total, entre ida y vuelta, unos once kilómetros. Hoy, cuando he hecho este recorrido caminando junto a la orilla del Manzanares, el río estaba plácido y tranquilo, tanto, que parecía un espejo en el que se reflejaba perfectamente la vegetación y el azul del cielo. 

     Otra ruta, algo más variada y también más escarpada, es la que siguiendo la carretera que desde Somontes llega al Palacio de la Quinta del Duque de Arco, nos conduce, a lo largo de la tapia de este último, hasta la carretera que une Fuencarral con El Pardo. Tras cruzarla y avanzar por un nuevo sendero alcanzamos un hermoso mirador de madera, desde donde se contempla en toda su extensión el Monte de El Pardo, Colmenar Viejo y el cerro de San Pedro, la Pedriza y la sierra de Guadarrama. Una vista preciosa de la que con poco esfuerzo se puede disfrutar en días claros; y un recorrido en que siempre se disfruta de paz y soledad, solo a excepción de los domingos, el día elegido por muchos ciclistas de montaña para aventurarse por el monte trotando a tumba abierta con sus máquinas.

    Desde el mirador podemos elegir senda, aunque prácticamente todas acaban por conducirnos hasta la primera de las muchas instalaciones militares que hay en la zona; desde allí, siguiendo por el arcén un tramo de carretera o bien campo a través, se llega finalmente a las inmediaciones del Palacio de El Pardo. Un palacio construido en el siglo XVI y restaurado en el XVIII, que es visitable y que posee en su interior magníficos ejemplares de la colección real de relojes antiguos y de tapices, entre los que se encuentran varios tejidos a partir de cartones de Goya. En la actualidad se usa principalmente para alojar a Jefes de Estado extranjeros que se encuentren de visita oficial en nuestro país.

      Seguimos ahora la carretera que partiendo del puente de Capuchinos, muy cercano al palacio, nos conduce en fuerte ascenso hasta el convento del mismo nombre y que alberga una magnífica pieza escultórica del siglo XVII de Gregorio Fernández, el denominado Cristo de El Pardo. Una vez allí podemos saciar nuestra sed en la fuente que hay a la entrada del convento, para seguir subiendo seguidamente hasta el punto más alto accesible del recorrido, unos 500 metros más arriba, donde nos corta el paso la verja que protege la reserva natural del monte y desde donde en ocasiones se avistan gamos y jabalíes. En total, en este segundo trayecto habremos recorrido unos seis kilómetros y medio.

        La vuelta suelo hacerla habitualmente desandando el camino hasta El Pardo y siguiendo durante un trecho de algo más de un kilómetro y medio el primero de los caminos mencionados, el que discurre paralelo a la margen izquierda del río. Desde allí se abandona éste y tras cruzar la carretera que une Madrid y El Pardo nos adentramos nuevamente en el monte, caminando primero entre pinos y después por encinas y jarales y atravesando las zonas floreadas a las que me he referido al principio, al hablar de la primavera.
      
       Esta mañana, un lunes, la soledad de mi camino iba siendo absoluta, hasta que repentinamente he avistado a una mujer que lentamente se acercaba por la pista; tras saludarnos, hemos conversado unos minutos y a la vez que me preguntaba sobre el destino del sendero, se deshacía en elogios al contemplar embelesada las vistas que desde allí teníamos. Se trataba de una señora austríaca –hablaba muy bien español, he deducido que sería una jubilada afincada desde tiempo aquí en España– y además de estar exultante por la belleza de un camino que por primera vez según me ha dicho realizaba, me ha hablado también de las excelencias de su ciudad, Viena, tras haberle comentado que este pasado mes de junio la estuve visitando.


       Tras este breve encuentro sigo mi camino para desembocar en uno de los puntos más elevados del monte, una encrucijada de senderos desde la que se avista claramente la carretera de La Coruña, el hipódromo de La Zarzuela, la Casa de Campo y gran parte del noroeste de la capital. Y cómo no, las famosas Cuatro Torres, siempre endiabladamente presentes. Al final del camino, de nuevo ya en Somontes, me espera el chiringuito; una buena cerveza y una tapa de un rico chorizo frito hacen las últimas delicias de todo caminante que se aventure por alguna de estas rutas.    

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