jueves, 11 de agosto de 2016

Agostando

He hecho hace unos días, junto a Paula y Javier, mi segunda visita a la terraza del Círculo de Bellas Artes, un edificio singular que por su estructura, ubicación y altura permite visualizar gran parte de la capital, especialmente si miramos en dirección norte, sur o este.

      El lugar ha cambiado enormemente desde la vez pasada, cuando bajo un sol de justicia estuvimos Paula y yo, casi solos, oteando el horizonte e identificando calles y edificios. Ahora la terraza se ha transformado en un centro de reunión, con restaurante y dos barras, con mesas, taburetes y tumbonas y una pléyade de camareros que sirven a tanto visitante como se acerca –sobre todo al atardecer– a disfrutar de la puesta de sol madrileña. Se sube necesariamente en ascensor y la cola a la entrada se hace casi inevitable. 

     Como siempre ocurre, se produce lo habitual en estos sitios: masificación, cierto griterío y multitud de gente haciendo selfies de forma compulsiva, como si solo plasmando la figura de uno en el lugar en que se encuentra se pudiera estar seguro de haber estado allí, como si sin selfies lo vivido no existiera.


      Como decía, la altura a la que estamos permite apreciar bien algunos de los edificios emblemáticos de la ciudad. A un paso está el bellísimo Metrópolis, recién restaurado, que marca el arranque de la Gran Vía; y aparentemente casi enfrente, la sede del BBVA, con las airosas carrozas y los caballos desde cuyas pezuñas Carmen Maura estuvo a punto de caer al vacío en la película de Alex de la Iglesia, "La Comunidad". Algo más allá, a la derecha, la grandiosa Telefónica.

       Abajo, casi al alcance de la mano, el Banco de España, enorme, con su techo plomizo y la gran claraboya con que se corona; enfrente, el Instituto Cervantes y la Casa de las Siete Chimeneas y algo más allá el Palacio de Villahermosa –Cuartel General del Ejército– y su jardín, un inmenso bloque perfectamente encajado entre las calles de Alcalá y Prim. Seguidamente están la fuente y el Palacio de Cibeles, el actual Ayuntamiento, visitado también por muchos de los que como nosotros deseaban observar algo de Madrid desde lo alto en esa tarde de domingo. A su izquierda, el Palacio de Linares y algo más a la derecha el Cuartel General de la Armada, pegado a la sede del Museo Naval.

      Mirando al sur vemos el Congreso de los Diputados, la Bolsa de Madrid, el Museo del Prado y los Jerónimos, el Retiro, el Jardín Botánico, los Ministerios de Sanidad y Agricultura y la Estación de Atocha. Y muy a lo lejos, fuera de Madrid, pero aparentemente también al alcance de la mano, el Cerro de los Ángeles.

      Al este atisbamos Torrespaña, el popular Pirulí, y antes, la espantosa torre de Valencia, marcando el punto en que finaliza el Parque del Retiro y arranca la calle O'Donnell. Finalizamos nuestro virtual periplo enfocando hacia el norte, siguiendo la Castellana, donde al fondo las torres de AZCA, las KIO y las Cuatro Torres se mezclan en un totum revolutum que nos recuerda a una pequeña "Defènse" parisina. Más allá, aún visibles a pesar ya de la hora, las siluetas de la bella Sierra de Guadarrama.

      Una tarde de domingo que se ha complementado con un paseo previo por los jardines del Retiro, pletórico de gente, de remeros de agua dulce, de bicis y patines, de niños jugando y de viejos paseando, de deportistas que corren, sudan y aspiran a hacer marcas a lo largo de sus avenidas y paseos, de turistas que salen encantados de visitar los Palacios de Cristal y de Velázquez... Un Retiro que ofrece todo lo que el pueblo madrileño ansía encontrar allí en una tarde de verano: frescor, ocio, naturaleza y un ratito de paz y de relajo. Algo de lo que también nosotros disfrutamos.  

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