martes, 23 de agosto de 2016

CANTABRIA



Espectacular en su naturaleza, grandiosa en sus montañas, de azul y espuma en el batir del agua de sus costas, hermosa en sus pueblos y caseríos, amable en sus gentes. Un territorio para recorrer de punta a punta que en esta ocasión he visitado en su extremo sudoccidental y en las zonas costeras del centro.


     He entrado en Cantabria desde Burgos por Valderredible, visitando Orbaneja del Castillo, las colegiatas de San Martín de Elines y de San Pedro de Cervatos y recorriendo las hoces del río Ebro hasta alcanzar la supuesta "fuente" del río, en la localidad de Fontibre. Muy concurridas estaban las cascadas por las que se precipita el Ebro en Orbaneja, así como el paraje tan artificial hecho en Fontibre; y solitarios e imponentes los farallones que conforman el cañón y sus onduladas hoces. Y he visto en San Martín y San Pedro dos magníficos ejemplos de un románico cántabro cuyos esmerados restauración y mantenimiento deberían ser imitados en muchos otros lugares de España.

      Saliendo de Fontibre, la ruta que he trazado me conduce a Santillana del Mar, localidad toda ella de una belleza extrema pero que por ser agosto, soporta por desgracia una masificación casi agobiante; hay por ello que pasearla de noche, cuando el ritmo turístico decrece, cuando los ánimos consumistas se templan y van echando el cierre sus numerosas tiendas, cuando el cielo se despereza ya camino del reposo. Y en esa hora y a modo de suave y nutritiva cena hay que degustar una quesada, algún sobao pasiego o el delicioso bizcocho del lugar, bien acompañado siempre de un vaso de rica y pura leche.

      Desde Santillana, buen punto donde establecer la base de operaciones para visitar la zona, me dirijo al día siguiente hacia el noroeste, hacia Comillas y su playa, para visitar uno de sus monumentos singulares, "El Capricho" de Gaudí. El edificio, como nos explica una simpática guía, fue concebido como residencia de verano por Máximo Díaz de Quijano, un indiano enriquecido en América emparentado con Antonio López y López, primer marqués de Comillas, otro indiano que hizo una fortuna inmensa y que a su vuelta a España se convirtió en próspero naviero, concediéndole el rey Alfonso XII el marquesado como compensación por los servicios prestados al transportar soldados durante las guerras de África y de Cuba.


       A través del marqués, que por haber vivido en Barcelona conocía el estudio de Gaudí, Quijano encargó a éste en 1883 la construcción del edificio, que se levantó en un periodo de tres años junto a la finca del marqués, donde se encuentra la residencia de éste, el Palacio de Sobrellano. Aunque el edificio es obra de Gaudí, la obra fue dirigida por Cristóbal Cascante, un amigo y colaborador del genial arquitecto catalán, y contiene detalles muy interesantes, como las cinco franjas de azulejos de girasoles, que recuerdan un pentagrama musical, y los adornos de las barandillas, que se asemejan al símbolo musical de la clave de sol. Y es que Quijano era un gran amante de la música y de la naturaleza y a Gaudí le apasionaba  incluir en sus obras ese tipo de detalles personales.      

       Tras recorrer la localidad y admirar sus hermosas casonas, la estatua dedicada al marqués y el Palacio de Sobrellano, me dirijo a la cercana playa de Marón, un extensísimo arenal de casi dos kilómetros que se encuentra junto al Parque Natural de Oyambre, muy cercano a su vez de la localidad de San Vicente de la Barquera. Batida fuertemente por las olas, pocos son los bañistas que se atreven a mojarse más allá de las pantorrillas, pero sí que alcanzo a contar hasta casi un centenar de surfistas, que con sus tablas tratan de deslizarse hasta la orilla. Disfruto a mediodía de un sorropotún, el marmitako de atún cántabro, y de unas sabrosísimas sardinas asadas de la zona. Después, recorro íntegramente la playa, observando cómo sube la marea hasta llegar a alcanzarme las rodillas y regreso a media tarde al coche para dirigirme al último punto de mi etapa del día, San Vicente de la Barquera.
      
        Allí, tras otro paseo bien empinado hasta el castillo y la iglesia del lugar, concluyo la excursión para finalizar de nuevo el día en Santillana, cenando, cómo no, a base de leche fresca y de bizcocho. Dos días magníficos como inicio del viaje realizado a esta hermosa tierra.

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