Me acerco esta mañana a un paisaje
desolador, a una zona situada justo enfrente de la Facultad de Psicología de la
UNED donde un grupo de arqueólogos del CSIC está desde hace semanas realizando
excavaciones para sacar a la luz restos de las trincheras y de los combates que
tuvieron lugar allí durante la Guerra civil española. Es un erial salpicado de
pinos descuidados, de socavones y secos arroyuelos y tapizado por completo de
zarzas y espigas resecas, y en algunos puntos de jeringuillas y basura.
Hoy
nos hemos reunido allí desde gentes como yo, que paseábamos por la zona y nos hemos
acercado a ver los trabajos en curso, hasta cámaras, periodistas y varios políticos
de Podemos que han acudido al lugar convocados para no sé bien qué fin. Ya hace
unos años hubo en un lugar cercano algunos trabajos similares, pues recuerdo
haber pasado en bicicleta por la misma zona y haber visto partes del terreno
acotadas e incluso levantadas.
No estoy en contra ni a favor de estas acciones; tampoco estoy especialmente motivado, aunque tienen mi apoyo y mi respeto, en lo que respecta a quienes luchan por encontrar los restos de familiares desaparecidos en la guerra y que nunca fueron identificados; y sí que estoy absolutamente en contra de quienes se niegan desde las instituciones del Estado a facilitar, financiar y dar fin a esa labor. Me parece incomprensible, absurdo, lamentable, tristísimo, que pasados ya 80 años desde el inicio de la guerra civil, nuestro país no haya resuelto aún esta dolorosa encrucijada. Una situación que demuestra la soberbia, la desidia y el desprecio de los vencedores sobre los vencidos, y la dejadez, el miedo o el conformismo de estos últimos tras tantos años de democracia.
Cuestiones abordadas en la Ley de Memoria Histórica de 2007 como la revisión del callejero, la reparación debida a las víctimas y familiares o la eliminación o transformación de monumentos que exaltan la victoria de unos sobre otros, debían haberse solucionado hace décadas. E igualmente, debía haberse extremado la cuestión de la educación de nuestros hijos, con la inclusión de los hechos ocurridos en los libros de historia de niños y jóvenes mediante textos diseñados por historiadores independientes y de la forma más objetiva posible; así como debían haberse creado museos sobre la guerra que explicaran lo pasado para tratar de no volver a caer nunca más en lo mismo en el futuro. Todo eso debería haberse hecho en los años inmediatos al restablecimiento de la democracia, pero unos echaron tierra encima y otros nos olvidamos o entonces no quisimos acordarnos del pasado y esta es la hora en que como bien dice el refrán, de aquellos polvos vienen estos lodos.
En todo caso, y desde mi óptica, la
máxima responsabilidad la tiene un partido post o pro-franquista, como queramos
llamarle, que ha estado dinamitando esas posibles acciones durante años; un
partido, el Popular, que parece incapaz de sacudirse su dependencia histórica
del franquismo, su tradición de ser el partido cuyos votantes fueron en su día,
en la figura de sus antepasados, los beneficiados de aquella guerra injusta.
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