lunes, 8 de agosto de 2016

EL BOSCO

Consigo hoy entrada para visitar la exposición que ha organizado el Museo del Prado al cumplirse el quinto centenario de la muerte del pintor flamenco "El Bosco" (1450-1516). Y lo hago tras soportar al sol ante la fachada del museo, una dura hora de cola, y rodeado de guiris de todo tipo, los más cercanos, italianos, franceses y puede que polacos.

        Es la una de la tarde cuando salgo de taquillas con mi entrada y tengo tres horas y media de espera por delante, ya que el acceso está controlado y no podré entrar a la exposición hasta las 16,30h. Así que me armo de paciencia, me olvido del calor y sorteando las zonas de sol y protegiéndome en las sombras, me decido a ir a comer a un restaurante italiano del que tengo las mejores referencias. Recorro los paseos del Prado y Recoletos, las calles de Bárbara de Braganza, Fernando VI y Argensola; llego a Sagasta y desemboco finalmente en Luchana y Trafalgar. Mas cuando alcanzo el restaurante y veo los cierres echados y un cartel que anuncia vacaciones, caigo en la cuenta: ¡estamos en agosto!

       Vuelta atrás y a comenzar de nuevo la búsqueda de un buen lugar donde reponer fuerzas. No tardo en encontrarlo: la taberna de "la Ardosa", donde bien sé que la cerveza, checa, y la tortilla, suelta y de patatas y cebolla, son excepcionales. Tras ese primer tiento, el segundo será un gran helado de limón y stracciatella que compro en la heladería Palazzo tras darme antes otro buen paseo hasta la Puerta del Sol; y para acabar, un café y el bollo más típico de La Mallorquina: una napolitana de crema.

       Una vez repuestas fuerzas me encamino de nuevo hacia el museo, asistiendo estupefacto a una persecución enloquecida a lo largo de la Carrera de San Jerónimo de doce jóvenes negros que, cargados con sus petates llenos del material que tratan de malvender para vivir, huyen de un par de policías de paisano que intentan por su parte evitar que lo hagan en plena zona turística. Un serio problema que aunque todos sabemos que afecta negativamente a los vendedores de la zona, produce indignación y pena.

      Llego al museo y aprovecho el tiempo que aún me sobra para acercarme a ver algunas de las obras para mí más interesantes del mismo, las que no suelo dejar de visitar siempre que voy a una exposición: "El Descendimiento" de Rogier van der Weyden (1399-1464), "La Anunciación" de Fray Angélico (1400-1455), "Descanso en la huida a Egipto" de Joachim Patinir (1480-1524), los retratos del organista y compositor Félix Máximo López y del pintor Francisco de Goya, de Vicente López (1772-1850) y los cuadros de carácter historicista de los pintores españoles José Casado del Alisal (1832-1886, "La Rendición de Bailén"), Eduardo Rosales (1836-1873, "Isabel la Católica dictando su testamento"), José Madrazo (1781-1859, "Muerte de Viriato"), Antonio Gisbert (1834-1901, "Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga") y Francisco Pradilla (1848-1921, "Doña Juana la Loca"). Naturalmente, no mencionar a los sublimes Goya y Velázquez sería un mortal pecado, pero para una visita corta, de poco más de diez minutos, prefiero dedicárselos a esos pintores, digamos que menores (ahí va otro gran pecado).     

       La exposición está montada con exquisito gusto, midiendo muy bien los espacios y acomodándolos para mostrar los grandes trípticos de EL Bosco, de modo que pueda disfrutarse al completo de la visión de las pinturas de las tablas, tanto estando abiertas (que es como están realmente) como cerradas, ayudándose para ello cuando es preciso, de fotografías. La temática es en toda la obra de El Bosco y sus discípulos muy similar; básicamente se tratan dos temas: escenas de tres santos, a saber, San Antonio Abad, San Cristóbal y San Jerónimo; y la visión en tríptico de la Creación (con el Paraíso Terrenal, la tentación de Eva y la caída y expulsión del Paraíso), el mundo (con toda clase de pecados, especialmente la lujuria) y el Infierno. Sin embargo, más que la temática, lo excepcional de su obra es la originalísima forma de representar los personajes, tan extraños, deformes y complejos que, dándole la vuelta al tiempo, recuerdan a los de carácter dadaísta o surrealista de pintores surgidos en los comienzos del siglo XX como el rumano Tristan Tzara, el español Salvador Dalí, el alemán Max Ernst o el belga René Magritte.
               


      
         Las figuras que aparecen en sus obras tienen una fuerte expresividad y son tan abigarradas, que no hay prácticamente un espacio que no contenga una serie de seres infernales o un grupo de humanos pecando. Y todo sobre paisajes complejísimos, con extrañas fuentes, animales exóticos y fantásticos, lagos y una vegetación exuberante.


        De entre todas las obras expuestas, la que más expectación suscita es sin duda "El Jardín de las delicias", obra que fue adquirida en 1593 por el rey Felipe II y de la que siempre podemos disfrutar en el museo del Prado. El tríptico contiene en su panel izquierdo una imagen del Paraíso, con Adán y Eva a los lados de Cristo, el Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia; en el panel central el abandono a los placeres carnales ocupa prácticamente todo el lienzo, una forma simbólica de expresar la pérdida de la gracia divina tras la expulsión del Paraíso y la caída del hombre en el pecado; en el panel derecho aparecen, en un escenario apocalíptico, los condenados sufriendo en las penas del Infierno. Si se cierra el tríptico, lo que se observa es una grisalla con la superficie terrestre encerrada en una esfera transparente y oscura, con tan solo rocas y vegetales y sin hombre ni animal alguno, motivo por el que se considera que representa el tercer día de la Creación.

       Todo un mundo de simbología plagado de personajes que resultaron precursores de algunos de los movimientos artísticos que cuatro siglos más tarde surgirían con fuerza en Occidente.

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